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50 años entre Migración y Trata

50 años entre Migración y Trata

Hace poco más de cincuenta años soñaba con cruzar los Pirineos. La meta era dar respuesta a una llamada que se hacía eco por la voz de varias mujeres antiguas colegialas que habían emigrado a Francia y por amistades del cuerpo diplomático que conocían la realidad parisina de los emigrantes españoles.
 
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Nos costó más de dos años establecernos en Paris legalmente. Pero, por fin,en 1967, con la ayuda de las hermanas Hospitalarias y de católicos franceses, abrimos nuestra residencia y asociación, con el propósito de evitar que jóvenes migrantes por su situación de vulnerabilidad cayesen en manos deshonestas.
Ya en aquel entonces se observaba en lugares claves, a personas muy dispuestas en ayudar a jóvenes recién llegadas a París, con la intención de abusar de ellas. Y se hablaba de esas falsas promesas de trabajo que podían llevar algunas jóvenes a la prostitución.
Por otro lado, las propuestas de trabajos en el servicio doméstico, al ejercerse en el ámbito privado no permitían visibilizar las condiciones inaceptables de algunas ofertas. Y la explotación laboral era a menudo asumida por quienes no hablaban aún francés. Bien era sabido, que el desconocimiento de las leyes, el no contar con apoyos, y el no percibir alternativas, aumentaba la vulnerabilidad y esto afectaba a muchas mujeres migrantes que quedaban desprotegidas.
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Así pues, la residencia de jóvenes trabajadoras fue bien acogida, y permitió a muchas mujeres volver a sentir un ambiente más familiar que les recordaba en algo “su tierra”, y les permitía en situaciones difíciles replantearse objetivos y tomar decisiones.
A la par que íbamos desarrollando nuestra residencia, la Iglesia francesa viendo en los orígenes hispanos de nuestras hermanas Adoratrices una respuesta a su dificultad local, solicitó de nosotras el acompañar las familias obreras españolas del barrio.
A partir de entonces los domingos y días festivos, nuestra pequeña casa “se ensanchó” y transformó en un espacio familiar de acogida, con celebraciones, comidas y fiestas compartidas. Nuestra condición de emigrantes rompió barreras, brindando cercanía, dialogo y reencuentro, con una población no solo emigrante económica sino también exiliada.
La Misión Española de la Pompe siempre ha sido una referencia y nuestros hermanos Claretianos un apoyo, pero estando a más de 45 minutos de nuestro barrio, fue necesario y más práctico desarrollar localmente la catequesis de los niños y jóvenes, contando con sacerdotes salesianos españoles, con sacerdotes diocesanos del País Vasco, y en los años 2000 con sacerdotes estudiantes de América Latina.
Esta aventura y este sentirse familia nos ha permitido acompañar a las familias de lengua española durante más de treinta cinco años. Los bautizos, comuniones, bodas, funerales, misas dominicales celebradas el sábado por la tarde, han acompañado a nuestro barrio de París 19, hasta junio de 2012. Los talleres y actividades culturales, grupo de teatro… Y el saber estar, junto a diversas asociaciones de padres de familia de emigrantes españoles en Francia ha permitido a muchas familias ofrecer a sus hijos de forma complementaria un bagaje cultural, deportivo y espiritual, así como una gran familia: una comunidad donde unos valores comunes han fortalecido las identidades en construcción.
En estos años, como Adoratrices, hemos gozado y sufrido caminando junto a nuestros hermanos de lengua española. Hoy, a pesar de una nueva fase de emigración española en Francia, somos “europeos” y no tan desprotegidos como otras poblaciones. Por ello nos hemos abierto plenamente a otras realidades.
Es cierto que desde los años ochenta a pesar del gran número de niños y jóvenes españoles de segunda generación, fuimos desarrollando con mayor fuerza nuestra misión específica.
Colaborar con el movimiento del Nido, que trabajaba con mujeres en situación de prostitución, y el hecho de que varias hermanas fuesen visitadoras de prisión, nos llevó a abrir una segunda casa (Centre d’Hébergement et Réinsertion Social–CHRS) para acoger en el Val de Marne, a una hora de París, a mujeres que deseaban cambiar de vida y volver a empezar.
En París, nuestra residencia de jóvenes trabajadoras se volvió cada vez más estudiantil, y aunque aún éramos muy solicitadas por España y América Latina, decidimos reenfocar nuestra misión primera a quienes estaban siendo explotadas en París y región.
 

CORAZÓN EMIGRANTE

 
Comenzamos a acoger víctimas de la trata en París hace 14 años. En los años 1998–2000, la avalancha de jóvenes mujeres extranjeras (menores en algunos casos y cada vez más actualmente), ejerciendo la prostitución por las calles, bosques, hoteles de París y región, nos llevó a plantearnos muchas preguntas.
Tocó descubrir nuevos idiomas y culturas. Y comprender que el discurso político y económico sobre la prostitución, poco tenía que ver con muchas de estas jóvenes que necesitaban ayuda para escapar y desafiar así a las redes que las explotaban.
Aprendimos, poco a poco, a poner palabras sobre un fenómeno que parecía abolido: la trata de personas.
La violencia, las amenazas a la familia que vive en el país de origen, “la deuda”, el control psico-emocional y espiritual (con ritos “yuyu” en algunos países de origen).
El desconocimiento del idioma local y de la cultura así como la dificultad en confiar en personas extranjeras cuando tus propios compatriotas te han engañado, maltratado, humillado… Y, por fin, el estatuto de irregular/“sin papeles”, hace muy difícil poder creer que hay una alternativa a la red criminal que te explota.
Los desmantelamientos de redes, las denuncias interpuestas con la ayuda de una asociación, la notificación por partes de hospitales, trabajadores sociales, clientes… permiten que algunas mujeres solas o acompañadas puedan romper con su tiempo de explotación y trata.
 

Proceso de liberación

Después queda un largo proceso que tratamos de acompañar, para sanar heridas, liberarles de la culpabilidad, de los errores cometidos por ingenuidad, desconocimiento, sueños, miedos… Tiempo también para reencontrarse consigo misma y reapropiarse su cuerpo, persona y vida después de lo vivido y sufrido. Aprender a quererse y respetarse tal como cada una se descubre, después de la explotación.
 
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Porque sobrevivir a una experiencia “infernal” toca el alma y transforma a la persona en las raíces mismas de su ser, si bien no podemos en propia carne entender lo que todo esto supone para la persona explotada. Contemplar la realidad y misterio de cada mujer que llega a nuestra casa nos invita a ensanchar nuestra capacidad de acoger con paciencia, con cariño y misericordia. Porque para superar el abismo que separa nuestras vidas “normales” de las que ellas acaban de dejar, es necesario que se sientan acogidas, queridas y libres de todo juicio.
Por otro lado, nuestra experiencia de “ser migrante” nos invita a no dar por hecho la integración social de las víctimas de la trata que desean quedarse en Francia y en Europa.
Y, a veces, se hace necesario subrayar a nuestros colaboradores, que quienes acompañamos estas mujeres, debemos respetar sus tiempos de rechazo, de crítica, de comparación, de desconfianza y de “inadaptación al medio”.
No hay nada personal en esto, solo debemos por honor a la verdad, hacer memoria y recordar que los primeros contactos de estas mujeres con ciudadanos de nuestro país, han sido relaciones de violencia, de incomprensión y de “utilización”, que les han llevado en la mayoría de los casos a sentirse despreciables objetos al “servicio de”.
Y durante un periodo más o menos largo, según el tiempo necesario a cada persona, para sanar heridas. Estaremos llamados, a canalizar las frustraciones, las humillaciones, los prejuicios e incomprensiones. Y trataremos de incitar a estas mujeres a arriesgarse para experimentar otro tipo de relaciones humanas.
Porque no solo tienen que liberarse de la explotación, sino también de la mirada y juicio de los demás, que parecen seguir pegados a su cuerpo meses después de haber roto con su pasado.
Les toca reaprender a convivir con gente “extraña”. Creer que es posible liberarse de la violencia, del dolor que procuran las pesadillas, los recuerdos, el miedo. Y descubrir, experimentar, que son respetables como personas y que ellas mismas deben volver a sentir pleno respeto por sí mismas.
El proceso es largo, pero vale la pena prestarles apoyo para que se ejerciten en el retomar sus vidas y consigan sentirse parte de una nueva sociedad, conciudadanas, iguales en dignidad, en derechos y obligaciones.
Y por experiencia, en este camino de “pasión y cruz” nuestro corazón goza doblemente cuando somos testigo del despertar de muchas mujeres a una nueva vida. Liberadas de “su piel y cuerpo de esclava” podemos decir que algunas después de un largo proceso “vuelven a nacer”.
 

Cómo funciona  AFJ

Actualmente, nuestra casa de acogida, con capacidad para doce mujeres, sigue siendo la única de este tipo en Francia. Si bien hay proyectos similares de acogida a mujeres víctimas de la trata que se han desarrollado en muchas de nuestras casas de España, Italia, y en ongs belgas, inglesas… Francia sigue apostando por una deslocalización de las víctimas de la trata. Es decir, que se manda a la víctima a otra ciudad, alejada del lugar de explotación. Este dispositivo, del que somos partenaire, se llama Ac-Sé (Acogida Segura). Pero en la mayoría de los casos, estas mujeres que escapan de una red, son inmersas en centros o pisos donde la especificidad de su situación se reduce muchas veces a una realidad de “exclusión social”, en la que los equipos sociales no contemplan las raíces de su realidad de mujer “traficada”.
Nuestra experiencia europea y nuestros valores, nos han permitido luchar a contra corriente. Y a pesar de la falta de apoyo sociopolítico y económico, hemos defendido la idea de que las mujeres y menores víctimas de la trata, aunque a menudo necesitan alejarse de las ciudades donde han sido explotadas, necesitan particularmente un acompañamiento global especializado.
Evidentemente, el acompañar global y cualitativamente a las mujeres víctimas de la trata, tiene un coste humano y económico importante. Pero el problema de estas mujeres, no es conseguir “casa gratis” para dejar de prostituirse. Ni tan solo conseguir una autorización de trabajo para cambiar de vida o “re-insertarse” en una sociedad donde no son bienvenidas.
Cada día comprobamos que lo que más necesitan es apoyo para romper con las cadenas imperceptibles que les atan, ofreciéndoles seguridad, derechos y mucha humanidad.
Por ello, aunque en primer lugar montamos nuestra casa, como espacio de acogida y vida, hemos ido desarrollando un área de identificación y sensibilización.
Formamos y acompañamos agentes sociales en la evaluación de riesgos para que al contacto con mujeres migrantes puedan percibir signos de explotación y/o trata. Porque no es tan fácil que las mujeres con quienes conectan pidan explícitamente ayuda desde un principio.
Salir de las redes de explotación, con apoyo de la policía o sin ella. Asumiendo que no basta la buena voluntad, ni el solo responder a necesidades básicas de las víctimas.
Nuestras sociedades tienen que aprender a luchar contra redes criminales que además de explotar la vulnerabilidad humana, corrompen a muchos de nuestros conciudadanos cuando no a miembros de nuestras administraciones.
Somos a pesar nuestro, a menudo confundidos, porque el dinero y los discursos simplistas banalizan la explotación, pintándola bonita y disimulando la violencia y sufrimiento que conlleva.
Solemos pensar que la mayoría de las personas son libres y sino que “denuncien”. Pero desmantelar redes de explotación supone un trabajo de titán para la policía, y para las victimas un profundo discernir, y decidir si denunciar o callar. Porque a menudo el temor a las represalias sobre su familia, parecen más fuerte que su propio sufrimiento o muerte.
No podemos olvidar nunca que quienes toman los mayores riesgos son las mujeres que han sufrido la explotación, y que solo ellas pueden tomar la decisión de denunciar, a sabiendas muchas veces que los medios de protección para sus familias en su país de origen, son casi inexistentes. A todos nosotros que podemos ser testigos y cómplices nos toca aprender a denunciar, a no “consumir” servicios fruto de la explotación humana y a sensibilizar en torno a nosotros a nuestros amigos y familia.
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Resultados

Continuamente se nos piden historias que acaban bien. Las hay porque una gran mayoría de las mujeres explotadas consiguen salir de la explotación y sobreviven al horror. Pero el coste afectivo y emocional es innumerable. Y son necesarios largos años para afianzarse y sentirse plenamente libre.
Cuántas veces oímos a jóvenes decirnos después de unos meses o años de explotación sexual: “no me reconozco”, antes “no era así”, “no soy yo”.
A veces, parecen haber vivido como si fuese una película, donde solo queda “cerrar los ojos” ante ciertas situaciones. Parecen haber funcionado en “piloto automático”, expresando experiencias que algunas describen como “salidas del cuerpo”, una forma de no habitar su cuerpo, para no sentir, no sufrir. Como si nos pudiésemos escapar, ausentarnos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo. Un sinfín de mecanismos de defensa personal que permiten adaptarse para sobrevivir e intentar no enloquecer.
Vista la compleja situación de cada persona víctima de la trata, invitamos a cada mujer que llega a nuestra a casa a tomar tiempo para conocernos mutuamente. Alguna mujer suele necesitar comprobar que no queremos nada de ella. Y muchas veces la pregunta es: ¿porqué lo hacéis? Y, a veces, esta pregunta se repite, de forma dolorosa y/o violenta, cuando en ciertos casos nos dicen: “… ni siquiera mi madre me ha ayudado, así que queréis de mí?”.
La única e imprescindible contraparte que le pedimos a cada una, es recobrar poco a poco fuerzas y ánimos, para participar de su proceso. Para retomar las riendas de su propia vida y adentrarse en un proyecto personal coherente con los objetivos que se plantee.
Como personas y equipo, tratamos de acompañar los procesos que cada persona proyecta con creatividad tomando en cuenta sus capacidades y potencialidades, pero también sus vulnerabilidades, y necesidades no cubiertas. Y con una pizca de realismo reformulamos ciertas expectativas.
 

Qué ofrecemos 

Los medios con los que contamos son ridículos en comparación con lo que mueve el tráfico de personas. Sin embargo, como decía María Micaela Desmaisiere la fundadora de la institución: “Aunque solo sea por una”.
Poco a poco, mirando hacia atrás vemos que más de cuatrocientas mujeres han podido refugiarse en nuestra casa en estos últimos años, y con ellas, son familias enteras que se han beneficiado de una forma o otra.
De lejos seguiremos deseando conectar con organizaciones, y buscaremos nuevas formas para comunicar con las familias de las mujeres en los países de origen. A la vez que seguimos manteniendo un contacto con las mujeres acogidas que desearon regresar a su país de origen.
Pero, a veces, la impotencia es grande, cuando las jóvenes que regresaron son agredidas y/o las familias de las víctimas que desean denunciar en Francia sufren represalias en el país. Puntualmente además de documentar las agresiones, e intentar conseguir el apoyo y supervisión de organizaciones locales o internacionales, probamos ayudar “sin mucha logística” para que jóvenes y sus familias también cambien de barrio o de ciudad.
Aquí en Europa, las cosas parecen más fácil, porque hay justicia, y seguridad,y sin embargo los derechos no siempre se aplican. Por ello unidas a diferentes organización, a través del colectivo contra la trata fundado por el Secours Catholique (Caritas Francia), pedimos al gobierno francés que garantice plenamente los derechos de las víctimas de la trata, adultas y menores.
Europa nos ha impuesto deberes: sensibilizar, identificar, proteger, acompañar, formar,… palabras que van sonando pero que necesitan aun ser trabajadas en profundidad y subvencionadas para ofrecer a las víctimas “invisibles” las oportunidades que les corresponden.
De todos nosotros depende que siga creciendo o menguando la trata y explotación de personas menores y adultas en nuestros pueblos, ciudades, países y continentes.

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