Ventana Europea | Nº 111 Octubre de 2017
10 VENTANA EUROPEA Octubre 2017 BARRIO AMÉRICA M ucho se ha hablado ya sobre lo ocurrido en Mé- xico y de cómo descubrimos que teníamos par- tes del cuerpo que nos dolieron y que ni siquie- ra sabíamos que teníamos. No solamente le pasó esto a los mexicanos que lo vivieron en primera persona sino también a aquellos que, como yo, estamos lejos y no hemos podido estar físicamente ahí para levantar pie- dras con nuestras manos. Ese temblor estremeció el corazón del mundo. ¿Cuántas imágenes vimos con grietas en el suelo? ¿En las carreteras? La tierra se abrió, las casas se cayeron y los edificios cimbraron e hicieron mella en la memoria más humana. La raja que dejó a su paso el movimiento telúrico seguro iba hasta el centro de la tierra, pero, sin saberlo, llegó a tocar lo más profundo de nuestra naturaleza humana e hizo que algo que creímos dormi- do, se despertara. La gente se arrojó a las calles y sin preguntar, se puso a hacer en equipo. ¿Hace cuánto que no sentíamos la necesidad de ayudar? La humanidad cabe en un espacio muy peque- ño, pero ese espacio es conciso, fuerte y firme; no se dobla ni se raja. Fue así como una vez que vimos las imágenes, nos miramos hacia dentro y esa pequeñez surgió más íntegra y fuerte que nunca a levantar las piedras, desde cerca o desde lejos, eso ya daba igual. La frontera de la distancia también se borró. La sociedad civil se movilizó de inmediato. Nadie se quedó quieto. Los que estaban cerca improvisaron con lo que tenían a mano, había urgencia de sacar adelante a los que se habían quedado enterrados vi- vos. Las imágenes empezaron a circular, la actualidad se convirtió en angustiosa. Los medios de comunica- ción y las redes sociales cubrieron la contingencia en primera persona. Vimos cómo sacaban cubetas con es- combros ayudándose unos a otros en cadenas huma- nas, vimos los puños en alto pidiendo silencio y se nos enchinó la piel al escuchar un grito débil desde deba- jo del concreto apilado. Vimos a desconocidos abra- zarse con los recién paridos de vuelta por la tierra. La frontera de la indiferencia había desaparecido. La gente que acababa de volver y veía con el alma a sus semejantes. ¿Qué importa quienes sean los que me sacaron? La gente de todas partes del mundo se preguntó: ¿qué necesitan? ¿qué podemos hacer? Y fue cuando se sintió la solidaridad por la cercanía. Desde todas partes de la República Mexicana comenzaron a mandar ayu- da, también se recibió ayuda internacional, equipos de rescate, emergencias, donaciones, comida. El mundo se volcó con el país. Fue sentir el temblor, ver que las cosas se caían a su alrededor y las fronteras, esas sociales y mentales y de indiferencia también. Ese temblor tiró más de lo imaginado. Se dice que cuando a alguien le sobran las cosas y las dona, eso no tiene valor, pero si a alguien le faltan las cosas y aun así, lo poco que tiene lo dona, entonces, el valor es incalculable. Los migrantes centroamericanos, alojados en ca- sas de albergue en Oaxaca que pasan por México, no podían ser menos, también se miraron y preguntaron: ¿qué podemos hacer? Sintieron los dos temblores, el de 7 de septiembre de 8.2 grados en la escala de Richter a su paso por Oaxaca y el del 17 de septiembre de 7.1 grados. Aga- rraron lo que tenían a mano (como mucho una pala, co- mo poco, sus manos) y se lanzaron a ayudar. Son personas con casos en los que el crimen organi- zado no les dejó otra salida, 24 horas. Aquello fue: salir del país o muerte. Con una mano atrás y otra adelan- te se aventuraron en la noche y huyeron. México no es un país fácil; huracanes, crimen organizado y ahora un terremoto. Lo que había que esperar de ellos es que se sentaran a ver la tragedia del vecino y continuaran su camino hacia el norte, pero no. La gente de los alber- gues sintió la necesidad de ayudar. Sabían lo que era no tener dónde dormir y no tener qué comer, porque a la casa no se podía volver. Eran si- tuaciones distintas, pero entendieron muy bien lo que es no tener nada y se solidarizaron con las víctimas. Vuelvo a preguntar: ¿hace cuánto que no sentimos la necesidad de ayudar? Ese día, se derrumbaron las fronteras. Sentimos dolor por los muertos y los heri- dos, pero también nos sentimos fuertes en nuestra pe- queñez, en esa que nos vuelve humanos y palpita muy dentro y hace que nos movamos. Esto solamente me hace desear una cosa, que se derrumben las fronteras más seguido. Cecilia Estrada Villaseñor OBIMID – Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones Universidad Pontificia Comillas. De cuando la tierra se movió y se derrumbaron las fronteras en un lugar no tan lejano
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