Ventana Europea nº 116

VENTANA EUROPEA 33 Abril 2019 desemboca en una especie de terapia o catarsis colectiva. Con un precedente en la memo- ria, “El desencanto” (1976) de Jaime Chávarri –incluso es citada durante el documental por la madre–, la corro- siva película que desnudaba de for- ma demoledora a la familia del poe- ta Leopoldo Panero con sus mezquin- dades y vergüenzas, David Arratibel desentraña, aunque en las antípodas de aquel film, con bonhomía y en po- sitivo, los caminos del misterio inte- rior de una familia aquejada por una ausencia, la del padre. El atractivo de estas confesiones reside en que no hay el más mínimo planteamiento confesional o apologé- tico, ya que el sólito peligro de casi todos los films religiosos, o más bien seudorrelgiosos, es que intentan “pre- dicar” o son empalagosamente pietis- tas. Por eso el mejor cine religioso es el que ahonda en la sed del hombre y no pretende serlo. En “Converso” las palabras, aunque torpes, intentan en- trar en la verdad de la propia experien- cia. Se produce el fenómeno de mirar al otro por el ojo de la cerradura, y eso siempre despierta curiosidad y cierto morbo. Como radiografías dispares, van apareciendo las identidades psico- lógicas de los personajes en su descu- brimiento de la propia fe: desde la her- mana menor, la más viva y emocional, al racionalismo del organista, hasta la madre que recoge bien la transición de un país que del catolicismo tradicional pasó por el compromiso posconciliar al político en el comunismo o CC.OO , otra religión que, desilusionados, tam- bién abandonoran. Junto a esta gene- ración encarnada por Pilar, la madre que respondió al impacto del Vaticano II y la increencia o indiferencia con la irrupción de la sociedad del bienestar, los hijos ya han sido solo culturalmen- te católicos. Por ejemplo, la hermana mayor encarna el itinerario del ateís- mo a la creencia a través de un salto radical. En todos hay un denomina- dor común: el proceso más que racio- nal o lógico es vivencial, es el de una intuición, la visión subjetiva del alma. La fe, viene a explicitar la película, se parece más al enamoramiento que el análisis filosófico o científico. Quizás la frescura de esta obra ven- ga de la pobreza de medios con que es- tá hecha. Así lo reconoce su autor, ad- mirador del cine documental familiar, especialmente de los diarios del israe- lí David Perlov. Su realización ha sido larga. “Es una película –confiesa– muy espontánea, que se ha ido haciendo so- la, que ha ido creciendo sola durante tres años. Sin apenas presupuesto, solo con la ayuda de [los productores donos- tiarras] Pello Gutiérrez y David Agui- lar. Un móvil, una cámara. Mucha in- timidad. Mi familia y yo, nadie más”. El distanciamiento de David Arra- tibel ha permitido la presencia en el film de un sano factor desmitificador. Ha sido un acierto que los conversos muestren sus perplejidades ante la ins- titución eclesial, o que al final se re- vele el tema de fondo del conflicto fa- miliar: la separación del matrimonio y la falta de explicaciones de la ausen- cia del padre muerto hace 20 años. En realidad se trata de una familia en bus- ca de un padre. Todo ello, es curioso, contrasta con la aparición de elemen- tos tradicionales como vehículos de la nueva y sorprendente vivencia re- ligiosa. Por ejemplo, María, aunque atea, busca paz en un monasterio, pi- de un rosario, y tiene que preguntar- le a un monje “cómo funciona” aque- llo. Luego llora ante la contemplación de la pasión de Cristo. En todos ellos la conversión aparece como una irrup- ción que los supera. transmitir el espíritu La realización, además de la fuer- za del plano parlante descarnado –na- da hay en cine más lleno de matiz que un rostro humano sincerándose– viene subrayado por el gusto del encuadre de insertos y la música, que lleva en volandas esa espiritualidad que aletea detrás de la imagen. Se ha dicho que el cine, por su inmediatez cósica, tan evidente en presentar la materialidad de la imagen, es incapaz de transmi- tir el espíritu. Pero no es cierto. Como todo arte depende de la capacidad de sugerencia. Tengo en la memoria, por ejemplo, un “Ordet” de Dreyer. Como en poesía, no lo que se dice, sino lo que se calla o se oculta es lo que trans- mite “ese no sé qué que queda balbu- ciendo” de San Juan de la Cruz. Si se trata de cine explícitamente religioso o trascendente las mejores películas sue- len ser las que carecen de agua bendita y pelucas bíblicas, y simplemente nos aproximan al misterio insondable del corazón humano. 

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