40 años en Bélgica hacen que sea un capellán histórico
Ángel Salinas Cabañas es un navarro de Tafalla, aunque no es un navarro al uso desde el punto de vista físico: «soy tan raquítico porque soy el número 15 de los 16 hijos que tuvo mi madre». Nació en 1943 y le gusta decir que aún tiene «sesenta y tantos» años, porque es verdad. Llegó a Bruselas en 1972 y es uno de los capellanes históricos que quedan en la emigración española. La realidad de los flujos migratorios le ha obligado a reinventar la capellanía en diferentes momentos.
Angel Salinas nació en Tafalla, zona media de Navarra, «ni ribera, ni montaña; porque Tafalla es Tafalla». Le ordenaron sacerdote en Salamanca, con los PP. Paúles, en el año 1969, después de haber hecho la carrera de piano. Estuvo dos años en Madrid encargado en el Instituto Anatómico Forense (San Carlos). Después le enviaron, empujado por su primo Ramón Echarren, entonces obispo auxiliar de Vallecas, para hacer una experiencia juvenil como profesor y tutor de 4º de bachillerato en Limpias (Asturias). Pero Ángel no estaba muy contento en aquel destino, y siempre dijo que quería ser misionero. Entre varias posibilidades, que le propusieron al final de ese año, también aparecía la de la misión española con los emigrantes. El responsable de entonces, Javier Lacarra, le dijo que en Bruselas se necesitaban «sacerdotes de talante y corte obrero, que no era mi caso». A pesar de todo marchó para centroeuropa sin saber muy bien donde iba. Era el año 1972.
Ventana Europea: ¿Cómo ha sido, y cómo es, tu trabajo con los emigrantes en la Misión española?
Ángel Salinas: (Ángel se estira para hablar y decir) Apasionante, revitalizador, variado si los hay. Cuando yo llegué la emigración española eran gallegos y sobre todo mayoritariamente asturianos que habían venido a partir de 1965, tras el acuerdo con el gobierno español subsiguiente a la catástrofe de Marcinelles. Aún no había muchas asociaciones (el ‘boom’ del asociacionismo vendría en 1975), tampoco habían llegado los gestores de la entrada de España en la Unión Europea (los Marín, Barón, Matutes, comisarios y eurofuncionarios llegarían después). En 1980-81 yo pedí un año sabático al Cardenal, que entonces era Suenens, para hacer filosofía y me fui a hacerla en la universidad Católica de Quito, en Ecuador. En mayo de ese año 1981 el presidente de Ecuador y su esposa fueron asesinados. El mismo año que Ali Agca tiroteo a Juan Pablo II (hay años marcados). Yo no podía imaginar entonces que pocos años después llegaría toda la emigración latinoamericana y en especial ecuatoriana.
V.E.: Hablando de los españoles ¿hay mucha diferencia entre la vieja emigración española y los eurofuncionarios?
Á. S.: Total, total. Yo cuando llegué estábamos nueve curas españoles. A mí me encargaron de una zona, que era la de Schaarbeek – Saint Joseph, y me daba tiempo para continuar en el Conservatorio Real mi carrera de música y órgano. Pero llegó un momento en el que las exigencias de la música eran muchas y me plantearon el dilema de «o los emigrantes o el órgano» y yo me dediqué a los emigrantes. Las cosas han cambiado mucho. Cuando llegaron los españoles en el 65 había trabajo y se los rifaban (traían muy buena fama de trabajadores), luego vinieron los funcionarios (yo también estuve encargado de Ixelles y Etterbeek –barrios de funcionarios–) y había bastante buena convivencia. En nuestras comunidades, originariamente de emigración española, se encontraban los funcionarios, los de la Otan, los de Eurocontrol… Pero todo eso después desapareció. Todo eso ha cambiado, como también ha cambiado la relación de los jóvenes españoles. Entonces íbamos a jugar al futbol con turcos, marroquíes, africanos… No había diferencias, pero hoy todo eso ha cambiado, hoy no se juntan para nada, las comunidades étnicas se han cerrado más en sí mismas y se han hecho estancas.
V.E.: ¿Quién te ayuda en tu trabajo?
Á. S.: Las primeras cooperadoras que vinieron para hacerse cargo eran Carmen y Mercedes que vinieron de Valladolid. En 1973, luego las sucedieron las Hijas de la Caridad y desde 1973 están las Terciarias Capuchinas. Algunas de las protagonistas ya han muerto y ahora están cinco que han trabajado como enfermeras y se han dedicado al servicio de la Misión. Realmente ellas son el alma. Esta Misión se ha ido renovando; ahora, jurídicamente, es una cooperativa. Tenemos una gran autonomía y la casa se ha convertido, por su proximidad a las instituciones europeas en algo más que un servicio pastoral. Hay una residencia femenina, se reparten comidas, etc. Está regida por las Terciarias Capuchinas, colaboradoras fundamentales también con Accem en su programa con los mayores. Tenemos más de 60 niños en catequesis y, prácticamente todos los equipos de la Misión, catequistas y demás son mujeres quienes lo llevan. Y lo mismo la visita a los enfermos, la acción social, para ayudar a encontrar trabajo, vivienda… casi todo está, prácticamente llevado por mujeres de la misión.
V.E.: En la homilía de hoy has dicho que ‘cada día llega un nuevo hipotecado desde España’ ¿Es así o es una forma de hablar?
Á. S.: No solo una hipoteca, sino una situación de desahucio, porque con las hipotecas vienen los desahucios. Y sobre todo muchos de los más intrépidos, antes de que se suavizaran las cosas con la nueva ley, ya dejaron su piso y aparecieron por aquí. No exagero. La prueba la tienes en que en la Misión repartimos comidas todos los miércoles y viernes. Antes venían unos 40 latinos. Ahora estamos dando a más de 90 familias y estamos pensando en otras alternativas porque ya no damos abasto con esta acción. La verdad es que nos llega gente de todo tipo, también africanos, rumanos, etc. Y no llegamos. Mira no exagero. Yo en mi casa doy acogida a gente que no tiene donde estar. Hacía tiempo que no había españoles, pero últimamente he acogido a familias de Madrid, asturianos, los últimos son un caso típico. Una familia que cayeron –los acogieron– en casa de unos latinos que eran fanáticos de una de estas ‘nuevas comunidades evangélicas’. Cuando se dieron cuenta de donde estaban se fueron y les dieron mi dirección porque estaban viviendo en el coche con el que habían llegado. Me vinieron y yo los he tenido en mi casa hasta que hemos encontrado dónde poderlos ubicar. No exagero, no.
Ángel es fiel a su Osasuna, «aunque este año va muy mal, pero yo a las duras y las maduras». Sus deportes actuales son el ping-pong, en el que es un gran especialista, y… al futbol, ya no juega, pero ha jugado regularmente hasta hace dos años y medio. Y lo dejó por prescripción médica después de sufrir un infarto que lo tuvo en la UVI alguna semana. Pero Ángel se revuelve y dice que algunos dicen que fue infarto, pero que fue solo un amago (lo que provoca la carcajada de una médico y una enfermera que siguieron su ‘amago’ y que presencian la entrevista).