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Espaldas mojadas flotando en el Estrecho

Espaldas mojadas flotando en el Estrecho

tc1-92-300x225-6854203Como si fueran peonzas llevadas por el viento, sus frágiles pateras iban de un lado a otro. ¡En Tarifa sopla muy fuerte el viento¡ Por ejemplo las de los últimos viajes en el paso del Estrecho en octubre. Las autoridades sanitarias marroquís confirmaron el hallazgo de al menos otros nueve cadáveres de inmigrantes subsaharianos procedentes de las dos pateras avistadas en menos de 48 horas en el mar de Alborán. Con ellos subían ya a 23 los ahogados en apenas 48 horas, en uno de los episodios más trágicos de la inmigración irregular en la zona. Es difícil precisar el número de los ahogados, supervivientes, recogidos, rechazados, enfermos, cansados, expulsados, curados, caídos, levantados… y ¡anónimos¡ Muchos “harragas”, como se llama en Marruecos a los que queman su documentación antes de subirse a la patera para dificultar su repatriación si les captura la Guardia Civil serán cadáveres. Anónimas “espaldas mojadas” que aparecen flotando en el estrecho de Gibraltar o al amanecer en las playas andaluzas: “leve arena que alza el viento”.

Nadie sabe realmente cuántos desaparecidos, muertos, supervivientes, heridos, devueltos, acogidos… embarazadas, adolescentes, niños y mujeres ¡qué horror¡ ¡nadie lo sabe¡ Como gotas intermitentes que apenas se cuelan en nuestras noticias. Sabemos con exactitud el número terrible de nuestros parados, el número ilusionante de los turistas, etc. Pero de los anónimos ahogados en el Estrecho, o si se quiere ampliar más el marco, en el Mediterráneo, no tenemos más que aproximaciones. Solo el mar y Dios saben su número y, además, su nombre.
Y si os parece, añadamos a la lista, a los que suben y bajan de la valla melillense, (o en la frontera de Estados Unidos, ¡ me da igual¡) los rasgados, y detenidos, los que se caen por cansancio o por debilidad, los que te miran y los que cierran los ojos… Subidas y bajadas, metas alcanzadas y abandonos a la espera de un nuevo salto. Escaladas y caídas de otro montón de emigrantes en los pasados meses de octubre y noviembre en Melilla: Una vez es un centenar de subsaharianos, de los que una veintena consiguió su objetivo con éxito. Otra vez lo intentaron 60 personas de los que una treintena lo lograron. Otra vez, 300 inmigrantes teniendo delante varias alambradas de seis metros de altura cada una…
Y al lado de esos millones de personas que han hecho ya el camino, hemos de ver a quienes esperan todavía la ocasión de hacerlo, ya sea bajo el amparo de las leyes, ya sea por las vías desprotegidas de la clandestinidad, bien porque los obliga a ello la necesidad, bien porque los anima un legítimo deseo de mayor prosperidad. No creo que se pueda saber cuántos son estos emigrantes de deseo. Supongo que son muchos. Con todo, sabemos que, sin poder identificarlos, hemos de trabajar igualmente con ellos por si se puede ayudarles a vivir. La fe hace posible que el corazón vea a un hermano allí donde los ojos han visto a un emigrante! Y aunque sea un cadáver reconocerá la vida que se le dio y las manos cálidas de Aquél que los recoge.
¿No saben que estamos en crisis? ¿no saben que sufrirán los recortes, especialmente los sanitarios? ¡Pero si es lo que buscan es “nuestra crisis”, que nada tiene que ver con la suya! ¿O sí?
Nos olvidamos de lo que continuamente nos recuerdan los probados informes de Cáritas (la primera ley de la inmigración, que ha quedado borrada por lo políticamente correcto): el inmigrante no quita trabajo, lo crea y es siempre un factor de progreso, nunca de atraso. La revolución industrial que hizo la grandeza de Inglaterra no hubiera sido posible si Gran Bretaña no hubiera sido entonces un país sin fronteras. El prodigioso desarrollo de Estados Unidos en el siglo XIX, de Argentina, de Canadá, de Venezuela en los años treinta y cuarenta, coinciden con políticas de puertas abiertas a la inmigración. Es totalmente inútil gastarse el dinero de los contribuyentes para impermeabilizar las fronteras. Cuando la sociedad que pretenden proteger imanta a los vecinos desheredados, no hay altura de vallas o potentes prismáticos, que impidan descubrir las rendijas que buscan los desesperados. “Esas gentes, y los millones que, como ellas, desde todos los rincones del mundo donde hay hambre, desempleo, opresión y violencia cruzan clandestinamente la fronteras violan la ley, sin duda, pero ejercitan un derecho natural y moral que ninguna norma jurídica o reglamento debería tratar de sofocar: el derecho a la vida, a la supervivencia, a escapar a la condición infernal a que los gobiernos bárbaros enquistados en medio planeta condenan a sus pueblos…”. En realidad, “la ayuda más efectiva a prestar a los países pobres es abrirles las fronteras comerciales, recibir sus productos, estimular los intercambios y una enérgica política de incentivos y sanciones para lograr su democratización, ya que, el despotismo y el autoritarismo políticos son el mayor obstáculo con el que se enfrentan hoy muchos países del continente africano (y de otros) para revertir ese destino de empobrecimiento sistemático que es el suyo desde la descolonización” decía Vargas Llosa.
Seguirán viniendo a buscar nuestra crisis. A seguir siendo víctimas de ella. No causantes de nuestra crisis y de la crisis mundial. Son desahuciados de su casa–tierra–pueblo. No han muerto porque sí. ¡No¡ Como decía hace unos meses D. Ciriaco Benavente, Presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones: “Venimos arrastrando una crisis que está repercutiendo en todos los ámbitos y en todas las personas; menos, en quienes tienen las espaldas más cubiertas; más, en los más indefensos, que suelen ser los que siempre pagan el pato. Ya veis: los que para nuestro Padre Dios son los imprescindibles para la realización del Reino, son los que estorban en el reinado material del bienestar, cuando la tarta se achica”.
Ellos no tienen las “espaldas cubiertas”… las tienen “mojadas”. Algunos dicen que están empapadas no solo de sudor y agua marina. También por el llanto de Dios por su hijos más débiles.

Más de 20.000 inmigrantes han muerto en las costas andaluzas y canarias desde 1988

Más de 20.000 inmigrantes han muerto en las costas de Andalucía y Canarias desde que en noviembre de 1988 aparecieron los dos primeros cadáveres en el Estrecho de Gibraltar, según datos difundidos en el VII Congreso sobre Migraciones Internacionales en España, que se celebró en Bilbao el pasado mes de abril.
Estas cifras suponen que durante ese período de tiempo han muerto una media de 2,28 inmigrantes al día, a los que hay que sumar los desaparecidos cuyo número se desconoce, según precisó durante su intervención en el coloquio Mohammed Dahiri, de la Cátedra UNESCO de Resolución de Conflictos de la Universidad de Córdoba.
Dahiri también criticó el Sistema Europeo de Vigilancia de Fronteras (Eurosur) que la Comisión Europea implantará en 2013 con el objetivo de reforzar la coordinación interna entre los Estados miembros para el control de la llegada de personas inmigrantes en situación «irregular».
Según explicó, Eurosur intentará frenar la entrada de inmigrantes con la ayuda de tecnologías como aviones no tripulados, sensores desperdigados por el mar o satélites espiando desde el espacio y su éxito o fracaso «no se sabrá hasta que funcione», según ha reconocido.
Recordó que en España se puso en marcha el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) en Andalucía en el año 2000 y su efecto fue desplazar el flujo de pateras a Canarias.
Aunque durante el primer semestre de 2012 la llegada de inmigrantes sin papeles a España cayó en cifras globales un 3%, según datos de la Agencia de Control de Fronteras Exteriores (Frontex), las costas de Andalucía, Valencia y Murcia registraron, en cambio, un aumento de un 6,5% con respecto a 2011

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