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Un proyecto común para un mundo mejor

La globalización ha roto fronteras por arriba, en los grandes mercados, porque por abajo las cosas siguen más o menos igual y en algunos casos peor. El pez grande se come al pequeño. La globalización, mirando su cara más positiva, debería servir para acabar con las injusticias y las desigualdades entre continentes, países y personas pero en la práctica no está siendo así porque vemos que día a día se van profundizando y cronificando muchas injusticias y desigualdades.
En nuestro mundo globalizado conviven y se interrelacionan cinco realidades muy diferentes entre sí: pobreza estructural, con cerca de 2.000 millones de personas que carecen de lo necesario para vivir dignamente; individualismo económico y social donde prevalecen los intereses personales, familiares o grupales; violencia, con sus múltiples variantes algunas de ellas muy sofisticadas, basada en la ley del más fuerte; devaluación del concepto de ciudadanía vinculada a la progresiva disminución de los niveles de protección de los sistemas de bienestar social y finalmente, personas y colectivos que creen y trabajan por el bien común.
Esta situación ha llevado a las grandes potencias al acaparamiento de tierras, agua y materias primas ante el temor del agotamiento de los recursos naturales y a la sociedad en general a la devaluación de los valores humanos y del interés por el bien común.
La contrapartida consiste en reaccionar porque por este camino no podemos seguir promoviendo un nuevo modelo de desarrollo humano, integral y sostenible. El actual modelo de desarrollo que hay que abolir está basado en un “orden económico mundial” (mejor habría que llamarlo “desorden económico mundial”) que tiene como objetivo último conseguir el mayor beneficio a toda costa y caiga quien caiga y además con el menor esfuerzo.
El “nuevo orden económico mundial” que hay que implantar, si de verdad queremos hacer un mundo mejor tal y como deseamos y soñamos al comenzar un Año Nuevo, debe beneficiar por encima de todo a las personas (“la persona es lo primero”) dando preferencia a las más pobres y ha de ser viable para la conservación del Planeta, Patrimonio de la Humanidad y garantía de futuro.
El papa Francisco marcó, en su viaje a Brasil el pasado verano, la “hoja de ruta”. “El futuro –dijo– exige una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y se asegure a todos la dignidad, la fraternidad y la solidaridad. Este es el camino a seguir”.

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