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100 años de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado

100 años de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado

El 5 de agosto de 2013 el papa Francisco publicó su primer mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Con este mensaje, titulado «Migrantes y refugiados: hacia un mundo mejor», el pontífice quiso celebrar los 100 años de fundación de la Jornada. Ventana Europea ha sido desde abril de 1991, testigo en sus cien números de muchos de los mensajes de la Iglesia en esos años. Fabbio Baggio, que fue director de Migraciones en Buenos Aires con el cardenal Bergoglio, hoy papa Francisco, impartió una conferencia a los Delegados de Migraciones de España en junio de este año, de la que ofrecemos una síntesis.

 
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En 1905 el obispo de Piacenza, Giovanni Battista Scalabrini, pidió al papa Pío X una comisión central para la asistencia de todos los migrantes católicos y el 6 de diciembre de 1914 el papa Benedicto XV enviaba una carta circular titulada Il dolore e le preoccupazioni, en la que invitaba a instituir una colecta anual para las obras de asistencia a los emigrantes italianos, pidiéndoles que fijaran para tal fin una fiesta apta y estable. Nacía así la primera jornada dedicada a los emigrantes, que al comienzo se limitó a Italia. Hubo que esperar hasta 1952 para que la jornada tuviera alcance mundial. El 1 de agosto de 1952 el papa Pío XII recordaba las acciones pastorales de la Iglesia católica a favor de los peregrinos, forasteros, desterrados y emigrantes de todos los tiempos, y estructuraba la pastoral de la movilidad humana .
Con el papa Pablo VI, se reiteró la importancia de celebrar la «Jornada del Emigrante» para lograr dos objetivos: a) que todos los integrantes del Pueblo de Dios, según su condición, conocieran más sus deberes para con el cumplimento del plan de Dios y colaboraran responsablemente en el sustentamiento de las obras de asistencia a los migrantes; b) para pedir nuevas vocaciones misioneras que y los migrantes mantuvieran viva su fe.
En 1973, la Jornada del Emigrante ya era una tradición en Australia, Bélgica, Canadá, Chile, Francia, Alemania, Japón, Italia, Malta, Polonia, Portugal y España.
El 13 noviembre de 1974 el secretario de Estado, cardenal Giovanni Villot, en nombre del papa Pablo VI, envió una carta con ocasión de la Jornada del Emigrante de 1974. La carta, titulada «La grave realidad de las migraciones frente a la conciencia cristiana», constituye el primer mensaje oficial de la Iglesia universal. Estas cartas se sucederán regularmente cada año hasta julio de 1985, cuando el papa Juan Pablo II decidió firmar personalmente los mensajes, dirigiéndolos a los hombres y a las mujeres de la Iglesia.
 
Los contenidos de los mensajes oficiales
A partir del 1974 las Jornadas del Emigrante tuvieron un tema y un título oficiales a nivel mundial. Comienzan con una contextualización general que suele hacer hincapié en las trasformaciones globales que determinan el incremento o cambios en el fenómeno de la movilidad humana.
Atención pastoral especial merecen también las familias migrantes y las familias desplazadas. El tercer grupo que merece atención pastoral especial es el de los niños y los jóvenes migrantes, siempre presentes entre las preocupaciones de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. También las mujeres migrantes, como grupo de especial atención, están presentes en casi todos los Mensajes.
Los mensajes en que los papas hacen directa referencia al grupo de inmigrantes irregulares y clandestinos son seis por lo menos, destacando su particular vulnerabilidad
Con su mensaje para la Jornada de 2006 Benedicto XVI introduce un nuevo grupo de migrantes que merece atención especial: los estudiantes extranjeros «(…) jóvenes que necesitan una pastoral específica porque no solo son estudiantes, como todos, sino también migrantes temporales».
Los trabajadores migrantes, y particularmente los que se encuentran en situación de precariedad son tratados como un grupo mayoritario. En 2012 Benedicto XVI recomienda «la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia».
 
Las estructuras y los agentes pastorales
En 1976, el secretario de Estado, cardenal Giovanni Villot, evidenciaba las responsabilidades pastorales de las Iglesias locales de los países de origen y de destino migratorio. Por su parte, las comunidades de salida tienen que empeñarse en la preparación y asistencia a los emigrantes y sus familias. Las comunidades de acogida, en cambio, tienen que hacerse “pobres con los pobres”, en espíritu de diálogo y de ayuda, manifestando solidaridad con las Iglesias de origen, particularmente apoyándolas en la constitución de estructuras pastorales según las indicaciones de la Santa Sede.
A partir de 1982, los documentos también evidencian la importancia de constituir estructuras particulares para migrantes, como parroquias personales, missio cum cura animarum, capellanías, etc., a fin de garantizar una asistencia espiritual adecuadas a las distintas colectividades. También es pastoralmente oportuno fomentar el desarrollo de las asociaciones de migrantes, que ha revelado ser un importante instrumento de apoyo para los migrantes.
Para desempeñar su rol de defensora de los derechos de los emigrantes, de los refugiados y de los miembros de sus familias, la Iglesia tiene que equiparse con estructuras que le permitan realizar una advocacy eficaz. Y en 2007 se destacaban algunos importantes avances a nivel de Iglesias particulares: «Se han abierto, para tal fin, centros de escucha para emigrantes, casas para su acogida, oficinas de servicios para las personas y las familias».
En 1981, se introduce a los migrantes como agentes pastorales a quienes Juan Pablo II, en 1987, reitera su responsabilidad misionera distinguiendo tres niveles de apostolado: para con sus familias, para con los otros migrantes, con quienes hay que constituir y alimentar pequeñas comunidades de fe, y para con la sociedad de acogida.
 
Las acciones pastorales
Las Iglesias de origen y de llegada tienen que garantizar, por una parte, una preparación adecuada, y, por otra, una asistencia calificada a los migrantes y los miembros de sus familias. En 1980 se recomienda a los agentes pastorales que se dediquen con acciones oportunas a la promoción de la integración social y religiosa de todos los migrantes, recomendación que será retomada por Juan Pablo II, que en sus mensajes insiste particularmente en la necesidad de que las comunidades de llegada protejan y promuevan concretamente la identidad cultural y religiosa propia de los migrantes, con especial atención a las liturgias y ritos distintos.
En sus mensajes, Benedicto XVI llama a los agentes pastorales de las Iglesias de acogida a superar el asistencialismo. Hay que hacerlos tomar conciencia de sus potencialidades para promover «la auténtica integración, en una sociedad donde todos y cada uno sean miembros activos y responsables del bienestar del otro, asegurando con generosidad aportaciones originales, con pleno derecho de ciudadanía y de participación en los mismos derechos y deberes (2013).
 
Las responsabilidades de otros actores
La labor con los migrantes, refugiados, desplazados e itinerantes no es exclusiva de la Iglesia católica. En primer lugar están los Estados, que tienen que garantizar la protección de los sujetos y de sus familias en todos los pasos del proceso migratorio que se traduce concretamente en el respeto de todos los derechos humanos fundamentales, particularmente del derecho de emigración y de reunificación familiar. Tienen que extender su protección a los migrantes irregulares, víctimas de traficantes y de explotadores sin escrúpulos .Y los Estados de origen de los migrantes y refugiados tienen el deber solucionar los problemas que producen la huida de sus nacionales, garantizando para todos trabajo y vida digna.
Los Estados de destino migratorio, por su parte, tienen que ofrecer a migrantes y refugiados una acogida generosa, más allá de los cálculos económicos o de los condicionamientos políticos. En particular, ningún país del mundo puede sentirse exento del deber de hospitalidad, en el nombre de una solidaridad que no conoce fronteras, razas ni ideologías. El deber de solidaridad se sitúa a un nivel superior de la defensa del bienestar nacional.
Los documentos también se dirigen a los medios de comunicación, destacando la influencia que estos tienen en la generación de opiniones “ eliminando prejuicios y reacciones emotivas, o, por el contrario, alimentar cerrazones y hostilidad, impidiendo y comprometiendo una justa integración» (1998). La función de los medios es la de proveer informaciones exactas, objetivas y honradas sobre la situación de migrantes, refugiados y sus familias (2012).
Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco mostró su especial preocupación para con los migrantes, los desplazados y los refugiados. Su histórica visita al puerto de Lampedusa (Italia) el 8 de julio de 2013, así como su encuentro privado con los refugiados del centro Astalli de Roma el 10 de septiembre de 2013, constituyen solo dos ejemplos de la atención particular a los habitantes de las periferias del mundo. Y así se manifiesta en su primer mensaje, el de los 100 años.
Hay que cambiar la cultura del rechazo con la cultura del encuentro: «A los medios de comunicación social compete, en efecto, desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones correctas, en las que habrá que denunciar los errores de algunos, pero también describir la honestidad, rectitud y grandeza de ánimo de la mayoría».

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