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La mala educación

Los libros de ayuda para la educación de los hijos que muchos padres consumimos ávidamente, coinciden en afirmar que lo mejor que se puede hacer para malcriar a un niño es darle todo lo que pide y estar contemplándole a cada rato. Tanta complacencia –dicen estos libros– ocasiona que el niño se vuelva arbitrario y caprichoso, que siempre pida más porque nunca tiene suficiente y que acabe revolviéndose contra sus padres.
Algo muy parecido sucede con los mercados financieros: Si están alegres, la consigna es que hay que seguir tratándoles bien para que no se depriman. Si están deprimidos habrá que ver porqué ha sucedido y tratar de tomar alguna decisión para que se animen. Si tienen miedo y se esconden en “refugios seguros”, habrá que intentar que recuperen la confianza jugando con ellos al “escondite”  ofreciéndoles alguna “recompensa” para que salgan –¿quizá en forma de sacrificios civiles?–. Un buen amigo me hizo caer en la cuenta recientemente acerca de cómo en esta crisis se ha ido gestando todo un lenguaje de “humanización de los mercados” tratándoles como si estos tuvieran sentimientos, al tiempo que se gestaba otro lenguaje de deshumanización de aquellos que no resultaran productivos o funcionales a ellos. Todo ello con la complicidad de gobiernos y medios de comunicación.
Pero volvamos nuevamente a los libros educativos. Otro de los lugares comunes entre los autores –en los que existe consenso sobre este punto– es desaconsejar el miedo como herramienta educativa. Argumentan los expertos que el miedo funciona francamente bien a corto plazo y posibilita el control de las conductas y conciencias propiciando de esta manera un comportamiento sumiso. Sociólogos como Bauman argumentan, además, que el miedo resulta especialmente eficaz cuanto más ocultas están sus raíces y más difuso y poco identificable es quien lo propaga. Lo que acaba sucediendo con el miedo es que a medio plazo, cuando se han identificado sus raíces y sus productores, resulta siempre contraproducente porque genera sentimientos de cólera, rabia y desinhibición entre los que en su día fueron víctimas.
Y sin embargo el miedo –en sus muy diversas manifestaciones– circula por doquier en estos días y recoge sustanciosas cosechas en forma de derechos a los que se renuncia, denuncias que no se realizan, prudencias, silencios, traiciones, chantajes e individualismos varios, competitividades descarnadas, condiciones inaceptables que se aceptan… Nos encontramos todavía en la primera fase del miedo en el que la gente reacciona aceptando perder algo de lo que tiene y esperar a que escampe. El problema es que el horizonte sigue apareciendo lejano y nublado.
De todo lo anterior parece desprenderse que los europeos somos víctimas de una “mala educación”, consecuencia directa de la falta de límites puestos por parte del Estado a unos mercados que campan a sus anchas e imponen sus condiciones. Mala educación que se ve potenciada por una cultura del miedo que atenaza a millones de ciudadanos. Tal y como van desarrollándose los efectos de la crisis no resulta improbable que los propiciadores de esta mala educación comiencen a sentir los efectos de su irresponsabilidad mucho más temprano que tarde.

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