La práctica religiosa, factor de integración
A lo largo de la historia de la humanidad, la migración ha sido practicada por un gran número de pueblos y culturas, y con el tiempo se han ido diversificando las motivaciones para dejar la tierra de origen, han cambiado las leyes migratorias y laborales de los países de acogida y han variado los medios y condiciones del viaje.
Por esa razón, el perfil del migrante se convierte en un concepto tan heterogéneo: cubre desde la migración campesina a la migración de profesionales altamente cualificados; desde el que deja su país como exiliado por razones políticas hasta el que emigra buscando un futuro económico mejor; desde el que se juega la vida cruzando clandestinamente mares y desiertos hasta el que accede a través del aeropuerto de la capital del país de acogida documentado con visado de trabajo.
Sin embargo, hay una característica que comparten todos los que deciden salir en la búsqueda de un futuro mejor, esto es el alejarse de los suyos y de todo lo que formaba parte de su vida cotidiana y afectiva, para sumergirse en un mundo nuevo. Algunos afortunados saldrán a reunirse con familiares y allegados, ya asentados en el nuevo país. Por el contrario, otros se aventurarán en un espacio nuevo e incierto, del que tendrán, en el mejor de los casos, un conocimiento parcial de lo que se van a encontrar.
PRÁCTICA RELIGIOSA
En este nuevo escenario hay varios factores que jugarán un gran papel en el asentamiento, adaptación e integración en el país de acogida, y entre ellos, uno de los más importantes es la práctica religiosa y su comunidad.
En la actualidad, tenemos la suerte de encontrar comunidades religiosas alrededor del mundo, las cuales no solo comparten nuestras mismas tradiciones, sino que en muchas ocasiones es también la lengua la que se comparte, y esto ayuda a transportar al país de acogida los referentes originarios, permitiendo lo que llaman una “construcción de pertenencia”.
Uno de los cometidos de estas comunidades es su función protectora: ofrecen un sentimiento de confianza a los recién llegados y se convierten en un puente seguro entre los dos mundos, lo que afecta positivamente especialmente a los indocumentados, quienes disponen de muy pocos espacios de socialización en donde puedan sentirse relativamente seguros. Ya en la época medieval, las iglesias servían de refugio y de lugar de recogimiento para aquellos que se sentían perseguidos injustamente por la justicia y las leyes.
LUGARES DE REUNIÓN
Estas comunidades, además de ofrecer celebraciones religiosas en el idioma materno, ofrecen un lugar de reunión y socialización con otros hermanos, donde se intercambia provechosa información sobre alojamiento, posibles empleos, derechos y obligaciones en el nuevo país y otros valiosísimos tópicos en ese momento de asentamiento y adaptación de la persona. Por otro lado, se trata de espacios valorizantes, en donde su lengua y sus tradiciones no son estigmatizadas, sino que por el contrario son apreciadas, y en donde los recién llegados pueden iniciar el proceso de redefinición identitaria, y por consiguiente el proceso de integración a la sociedad receptora.
LA COMUNICACIÓN ABRE PUERTAS
Asimismo, con respecto al proceso de integración, estas organizaciones brindan un gran aporte, ofreciendo educación con respecto a la lengua y las costumbres del país de acogida a todos los que lo deseen, lo que introduce a las personas a la cultura de la nueva sociedad y les ayuda con la comunicación, la cual abre puertas a posibles empleos y a relaciones con vecinos y conocidos, paso importantísimo tanto para desarrollarse personal y profesionalmente como para incrementar la aceptación de los ciudadanos con respecto a estos nuevos inmigrantes y aumentar el reconocimiento de sus cualidades, aptitudes, valores y capacidades, algo que, por desgracia, se está volviendo complicado por parte de los ciudadanos del país de acogida y ha tomado una gran relevancia en las últimas décadas, debido a la generalización del fenómeno de la migración y al acarreamiento de consecuencias sociales, legislativas o económicas sustanciales.
FUNCIÓN CONSOLADORA
Por otra parte, estas prácticas religiosas y estos espacios de socialización tienen una función consoladora, no solo con respecto al dolor causado por la separación con los seres queridos y la pérdida de importantes elementos en la vida de una persona, sino también con respecto a la inseguridad e incertidumbre al enfrentarse a una gran variedad de situaciones estresantes en la adaptación al nuevo país.
Por último no hay que olvidar el papel importante de la religión en el reforzamiento de vínculos familiares y de solidaridad, los cuales son la clave del éxito para integrarse de forma saludable y provechosa. Este lugar de socialización, de contacto, de integración cultural y social reúne a los inmigrantes que vienen de distintos países y, al encontrarse, descubren sus similitudes y sus diferencias, lo que ayuda a redefinir las identidades individuales y colectivas. Esta creación de identidades nuevas formará un puente seguro entre la cultura de origen y la receptora, y nos recordará la común pertenencia a esa gran y única familia, la familia humana. ¨