Tiempo de desafíos
Una mirada desde la hospitalidad
Con frecuencia se suele decir que “corren tiempos difíciles”, y “qué le vamos a hacer”. La realidad así lo confirma, bástenos recordar los últimos acontecimientos en Ucrania, que han provocado un gran éxodo de personas buscando refugio en países vecinos de la UE; pero te paras a pensar, y verificas que no es solo Ucrania, son tantos otros conflictos bélicos actualmente activos y dolorosamente silenciados, que no acaparan espacios televisivos, que no vemos porque no nos interesa, no estamos atentos (“eso no va conmigo”), en definitiva, apartamos la mirada, no queremos ver.
Jennifer Gómez Torres. España
Y bueno, ya puestos, habrá que decir que no se trata solo de guerras o conflictos, asistimos a escenarios sociales complejos, pobreza extrema, violencias desmesuradas, individualismos exacerbados, lucha de poderes, injusticias estructurales, y la lista es larga… Parece entonces que sí, que son “tiempos difíciles”.
A pesar de esto que vivimos y valga decir, que padecemos como sociedad, y de lo que pueda deparar el futuro, prefiero pensar que “los nuestros, son tiempos que plantean desafíos y que invitan a hacernos cargo de la realidad histórica que vivimos”. De ahí que la reflexión que planteamos vaya en esta línea y que ofrezca algo de luz a temas concretos como son la hospitalidad, la acogida y la realidad de la movilidad humana.
Hace ya un tiempo, hice una entrevista a tres religiosos, Sofía Quintáns, Juan Bautista de las Heras y Ana Ferradas; en ella compartieron conmigo sus experiencias en el ámbito de las migraciones, todo ello de cara a una posible publicación formato entrevista en Ventana Europea.
Sofía, Juanba y Ana desde la misión que han recibido de su congregación dedican tiempo y regalan vida acompañando a personas migradas y refugiadas, desde diferentes lugares: Boa Vista –Norte de Brasil–; Jerez de la Frontera y Madrid. Sus historias y las de las personas que acompañan son de esas que “calan”, que dejan pozo y que corroboran que, aunque “corren tiempos difíciles”, estamos ante grandes desafíos que deben ser asumidos con responsabilidad.
Intentaré a través de este sencillo artículo, mostrar al lector ese “algo” tan singular y personal que ellos libremente han ofrecido desde la convicción y la alegría de su vocación. Al mismo tiempo, intentaré evidenciar la importancia de la hospitalidad-acogida para nuestros tiempos y para nuestra construcción personal y comunitaria.
Nuestros miedos
En 1998 Norbert Lechner dio una conferencia en el marco de la celebración de la Asamblea General de la FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) a la que tituló “Nuestros miedos”. A lo largo de este impresionante discurso se lee una frase que está cargada de sentido y de realidad; dejemos que el mismo Lechner nos la recuerde: “No obstante, el sentido de vida de cada uno de nosotros reclama un futuro donde no tengamos miedo al otro, no tengamos miedo a la exclusión y – formulado en positivo– gocemos de un entorno favorable para que vivir juntos tenga sentido”.
Esta frase, aunque haya sido pronunciada hace 24 años, es tremendamente actual, tan actual que me resultaba ilógico no plasmarla en nuestra reflexión. Lechner pone sobre la mesa algunos temas de radical importancia: el sentido de vida; los “otros”; el “nosotros”; los miedos y la posibilidad de poder “vivir juntos”, todos ellos temas profundamente relacionados con la movilidad humana, el refugio, la acogida y la hospitalidad. Esta frase es, sin lugar a dudas, reveladora.
A la luz de los temas mencionados por Lechner en su discurso, y sin olvidar el sentido de la hospitalidad como total apertura y responsabilidad ante el “otro”, traigo a colación una constante que se repite en el relato de los tres religiosos y que se expresa de diferentes maneras, por ejemplo para Sofía es muy claro que “el cambio es llegar a entender que nadie sobra, todos sumamos”; Juanba lo expresa así: “seamos comunidades de puertas abiertas, nos necesitamos” y Ana desde su experiencia comparte que “ojalá seamos apoyo, hogar de puertas abiertas, así pasaremos de extranjero a hermano”. Parece evidente que la invitación a “vivir juntos” es mucho más que un discurso repetitivo, es, por el contrario, una llamada urgente y necesaria.
Hospitalidad
Al hilo de estas certezas y de estas claras insinuaciones que tienen olor a comunidad, hospitalidad y acogida, proponemos recordar algunas cuestiones. El término “hospitalidad” que viene del griego “filoxenia” significa amor o afecto a los extraños; pero al mismo tiempo desde su raíz latina “hospitare” significa recibir como invitado. El Diccionario de la Lengua Española define hospitalidad como la “virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos, desvalidos, recogiéndoles y asistiéndoles en sus necesidades”. Por tanto, la hospitalidad es una “actitud” amable por parte del que acoge hacia el desconocido/extranjero visitante.
En el mundo antiguo, tanto en Oriente como en Occidente, acoger en casa a los “extraños/extranjeros” fue una virtud cotidiana, signo de civilidad, o en su caso, de religiosidad. Acoger y practicar la hospitalidad era incuestionable. Diversos son los relatos del Antiguo Testamento que presentan el deber de la práctica de la hospitalidad, esta era una actitud de obligado cumplimiento entre los israelitas porque “no olvidéis que fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto” (Ex 22, 21) y “cuando un emigrante se establezca entre vosotros, no lo oprimiréis. Será para vosotros como el nativo: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Lv 19, 33-34).
El Nuevo Testamento también pone en valor la virtud de la hospitalidad, de hecho, la relaciona con una de las actitudes de Jesús, nos basta recordar el juicio de las naciones que nos relata el evangelista Mateo “era extranjero y me acogisteis” (Mt 25, 35). Así pues, es evidente que para el pueblo elegido la práctica de la hospitalidad era sagrada, el extranjero era sagrado y acogerlo era una respuesta que denotaba sentido de responsabilidad.
Por otro lado, la filosofía también se ha hecho cargo del término “hospitalidad”. Es relevante mencionar a tres autores en particular, Kant, Lévinas y Derrida. El filósofo alemán trata la hospitalidad en el famoso texto de la Paz Perpetua, en el que Kant presenta dos acepciones del término: por un lado, la presenta como una virtud necesaria para la convivencia y, por otro, como un derecho y un deber; por su parte Lévinas, filósofo lituano de origen judío, aborda el tema de la hospitalidad como la total apertura al rostro del otro que denota al mismo tiempo total responsabilidad; finalmente Derrida, discípulo de Lévinas, abordará el tema de la hospitalidad condicionada (deber y derecho) y la hospitalidad incondicional (anterior al deber, la total hospitalidad). No es asunto de este artículo detenerse en este ámbito; sin embargo, no viene mal apuntar algunas consideraciones sobre el tema en el marco del pensamiento filosófico a partir de los autores mencionados.
En definitiva, la hospitalidad denota responsabilidad, invita a la apertura, es donación y nos posibilita ese “vivir juntos”. De esto dan fiel testimonio nuestros tres amigos religiosos, que desde sus experiencias y el lugar donde viven son testigos de las injusticias que están detrás de algunos movimientos migratorios, porque, atención, hay diferentes tipos de migraciones: forzada, temporal, voluntaria, interna, internacional, regular, irregular, etc. De todas ellas hay que tomar nota, pero también hay que saber reconocerlas para hacernos cargo, para enfocar bien la mirada. En este sentido, creemos que la hospitalidad/acogida puede ser la lente que nos permita ver, entender y actuar sobre la realidad de la movilidad humana y que posibilite eso que decía Lechner “no tengamos miedo al otro, podemos vivir juntos”.
Al hilo de estas cuestiones, cuando pregunté ¿Qué significa hospitalidad? Las respuestas tenían palabras muy concretas: apertura, solidaridad, cuidados, ciudadanía… y coincidieron en una afirmación, la vida consagrada está llamada a ser casa abierta, abrazo que acoge y cuida a quien lo necesita sin importar de dónde viene o a qué dios reza porque “no podemos desentendernos, tanto por el mandamiento mismo del amor, como por la identificación con el buen samaritano” esta era la afirmación de Juanba.
La vida consagrada es itinerante
Por otro lado, Ana apuntaba con mucho convencimiento que “La vida consagrada es de por sí itinerante. Esta afirmación es real en cada congregación a lo largo de toda su existencia. Así lo hemos conocido desde siempre. A todas y todos nos ha impresionado ver cómo las religiosas y religiosos dejaban su tierra e iniciaban un camino hacia otra tierra desconocida, sembraban su vida en esa tierra nueva que les acogía y muchas y muchos se quedaron en ella hasta su muerte. Yo he vivido la experiencia de salir de mi tierra y vivir en otra, y puedo decir que me ha hecho mucho bien, ha ensanchado las puertas de mi vida y me ha dado un corazón más universal”. Y Sofía compartía que “está naciendo un nuevo rostro de vida consagrada, un rostro que desde los diferentes carismas hace presencia como pobres y testigos Reino entre los pobres y descartados de la historia”.
Esto es la vida consagrada: entrega desinteresada, apertura, casa, hogar, rostro, abrazo, comunidad, es decir total hospitalidad.
A la luz de estos aportes, parece evidente deducir que la hospitalidad es al mismo tiempo una llamada muy clara a compartir caminos vitales tejiendo historias que nos hacen por un lado sentirnos parte de una misma familia humana y por otro priorizar los importante sobre lo “urgente”. En este sentido, le pedí a nuestros tres amigos que compartieran una experiencia significativa, de esas que te tocan. Esto fue lo que me contaron.
¿Puedes compartir una experiencia?
“Una historia que me tocó fue cuando dos jóvenes de Senegal y Ghana me contaron su experiencia para llegar a España. El joven de Senegal tuvo que ayudar a echar al mar a una persona que falleció en la patera. Y el joven de Ghana cuenta que un primo suyo, mayor que él, atravesando el desierto, se lo subió a la espalda para que no muriese perdido en la arena del desierto”. Estos relatos te “calan” hasta los huesos. Como para que no apostemos por ellos.
“Trabajo como voluntaria en una ONG que acoge a migrantes en varios proyectos. Yo estoy en el proyecto de empleo, donde no se trata de ofrecer un empleo, pues no somos oficina ni bolsa de empleo, ni empresa que cuente con ofertas para la persona que llega. Se trata de acoger, acompañar, orientar, escuchar. Escuchamos situaciones reales, escuchamos anhelos, posibilidades, experiencias laborales, capacidades, etc. y hacemos un trabajo de intermediación con las ofertas que nos llegan de los empleadores.
Acompañamos a las personas migrantes haciéndolas partícipes de la defensa de sus derechos, para provocar cambios en sus vidas; los animamos a que su búsqueda sea activa y a mantener la esperanza, porque la espera se hace difícil.
En este contexto, quiero compartir lo que me ha sucedido ya varias veces y que me ha impactado positivamente. En los procesos de entrevistas que hacemos, al preguntar a la persona por su experiencia laboral, si ya la ha tenido, se le pregunta si tiene alguna referencia de la persona que les empleó y si podemos contactar con ella, pues su opinión es muy valiosa para la intermediación que realizamos.
He realizado muchas llamadas a empleadoras y puedo decir que, la mayoría, han aceptado gustosamente a relatar la experiencia que tuvieron con hechos positivos sobre la persona que trabajó en su casa. Es una alegría escuchar la valoración de su trabajo, su manera de estar, sus capacidades, su trato delicado, apoyando en positivo y haciendo una buena recomendación para que pueda encontrar un trabajo. Son menos las personas que se han expresado de manera negativa e incluso incorrecta o con exigencias, que están fuera de lugar.
Señalo este hecho por lo positivo de ambas partes que a mí me habla de un cultivo de la sensibilidad en favor de la acogida, que dice mucho de la ciudadanía y que, tal vez, en otro momento de esta historia ha sido menos favorable”.
La historia de las personas migradas y refugiadas se van entrelazando con las nuestras, la vida va siguiendo su proceso y nosotros nos sumergimos haciéndonos uno más, encontrándonos, apoyándonos, escuchándonos, dejándonos “tocar” por unas u otras experiencias, y al final del día evidencias que no somos tan diferentes, todos tenemos anhelos, sueños, temores, proyectos, ilusiones. Este compartir de vidas, caminos e historias se traduce en una llamada a la esperanza.
¿Qué importancia tiene el trabajo en red en el ámbito de las migracionesa?
Ana: “El trabajo en red es una de las experiencias de nuestro tiempo actual que más valoro, creo que nace de la sensibilidad que te lleva a no ser indiferente ante los demás. Trabajar juntas y juntos acogiendo las distintas capacidades, posibilidades y creatividades, esforzándonos para no dejar a nadie fuera con lo que ofrece, asumiendo dificultades, riesgos y gozando de las buenas prácticas que podemos realizar juntas y juntos ¡es un milagro!
Por ello, concibo el trabajo de las migraciones como un trabajo en red con todas las organizaciones civiles y religiosas, sensibles a esta tarea, empeñadas en defender los derechos de las personas migrantes, que realizan una gran labor, cada cual con su inspiración y dedicación.
Todos podemos aprender de todos, tenemos algo que ofrecer y algo que recibir, nadie es suficiente en esta tarea, al contrario, sentirnos suficientes puede romper la cadena, la red, porque nadie llega a todo.
Nos necesitamos, y nuestra tarea en favor de la migración tendría mayor alcance si unimos nuestras fuerzas y aportamos lo más genuino de nuestra tarea”.
Y añade:
“Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo
Porque no es lo que importa llegar solo ni pronto
Sino con todos y a tiempo.”
León Felipe. “A tiempo”
Juanba: “Es fundamental. Nos necesitamos. Compartir en red nuestras riquezas personales y nuestros recursos institucionales, facilita nuestra intervención con las personas migradas: Acoger, proteger, promover e integrar requieren el esfuerzo de todos”
Los espacios comunitarios que han ido tejiendo nuestros tres amigos religiosos, pero en general la vida consagrada permite entender la vida de otra manera, y viene a ser como agua que refresca, fuente donde volver para encontrar ese “sentido”, porque al final es en comunidad y en el encuentro con el otro donde como a los discípulos de Emaús se “nos abren los ojos y le reconocemos”. Apostemos por seguir construyendo estos espacios vitales, comunidades donde todos podamos ser y crecer juntos. No tengamos miedo al otro que llega, aprovechemos la oportunidad para que sus historias y las nuestras abran caminos de hospitalidad.
Esta sencilla reflexión no habría sido posible sin las experiencias e historias de Sofía Quintáns, franciscana misionera de la Madre del Divino Pastor; Juan Bautista de las Heras, hermano de la Salle, y Ana Ferradas, Sierva de San José.