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¿Quiénes son nuestros más pequeños?
Misericordia, ¿palabra en desuso?

<span style='color:#27509b;font-size:18px;font-weight:500;'>¿Quiénes son nuestros más pequeños?</span><br> Misericordia, ¿palabra en desuso?

En el mundo secular donde suelo pasar el rato la palabra misericordia no se utiliza. Incluso me atrevería a decir que la palabra crea desconfianza, así como el altruismo o el gutmensch despiertan sospechas.

Rebekka de Wit. Zaandam (Holanda)

Hace un tiempo compré en la mañana zumo fresco. En el supermercado, en una de esas máquinas expendedoras. Tenía tanta sed que inmediatamente fui a beberlo, nada más sacarlo de la máquina expendedora, y descubrí que había una naranja podrida entre las naranjas de mi zumo, así que el zumo estaba podrido. No quería pagarlo, pero ya había bebido de él y ya no sabía qué hacer. Lo guardé en mi bolso mientras esperaba en la caja registradora.

Frente a mí había una mujer de pelo y ojos castaños. Llevaba unos pantalones fluorescentes, como los que usan los obreros de construcción, y también una chaqueta fluorescente. El traje era tan grande que parecía que estaba vestida con una caja rectangular naranja, con su bonita cara encima. Eran las ocho y cuarto de la mañana y compró cuatro bebidas energéticas que costaban 1,97 euros en total. Intentó pagar con tarjeta, pero no pudo; entonces dijo “es demasiado temprano, es demasiado temprano”. Luego metió la mano en el bolsillo y empezó a contar las monedas de su monedero, donde todo el mundo pudo ver enseguida que nunca llegaría a 1,97 euros, pero ella siguió contando, como si ese conteo hiciera que se duplicara. Tal vez había leído una vez algo así sobre los panes y los peces.

El cajero llamó a su supervisor y le dije que lo pagaría yo. El cajero me miró y luego dijo: “un acto de misericordia”. Y justo después dijo: “Así que oye, hace tiempo que no digo eso, misericordia”.
Cuando más tarde se lo conté a alguien, le dije que quizá lo pagué porque tenía miedo de que me pillaran con ese zumo podrido que no iba a pagar. Y por eso pagué sus bebidas energéticas. Y que entonces el cajero pensó que yo estaba siendo misericordiosa. La verdad es que no pensaba en absoluto que me iban a pillar con el zumo, pero aun así tenía la tendencia a fingir que lo que había hecho no era misericordioso.

Casi nunca veo la misericordia a mi alrededor, porque cuando la veo, siempre la relaciono con otra cosa. La evolución, el cerebro, el egoísmo oculto… Pero creo, absolutamente, que la misericordia existe.

Los más pequeños

En el evangelio de san Mateo, una de las frases más bonitas, más enjundiosas del texto, para mí, es: “En verdad os digo que en cuanto habéis hecho esto a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo habéis hecho”.

La pregunta que me plantea esta frase es: ¿Quién es realmente nuestro hermano más pequeño? No creo que estos sean los refugiados de Ucrania. No recuerdo un momento en mi vida en el que se hubiera dado una ofensiva de recepción tan gigantesca.

Nunca antes se había recaudado tanto dinero con el giro 5551, ni con el 1212 de Ucrania. Por comparar: el giro 555 recaudó 700.000 euros para la guerra de Irak y ahora lleva 106 millones de euros y sigue subiendo.

Es realmente sorprendente verlo. En Zaandam también se acoge a los refugiados en los hoteles, en las casas de la gente. (Y eso es totalmente inédito para una ciudad en la que el partido –político– para la tercera edad y la seguridad es el más grande).

Es importante, es necesario y creo que ocurre porque podríamos haber sido nosotros. Ucrania no está lejos. A veces leo artículos cínicos al respecto en el periódico, pero yo no soy tan cínica al respecto. Creo que es lógico y bueno que haya tanta buena voluntad ahora, y no creo que tenga que dejar claro a nadie aquí que ahora podemos y debemos hacer algo por el pueblo de Ucrania y que debemos mostrar la solidaridad europea con todas las consecuencias perturbadoras de esta guerra.

Creo que la pregunta es más bien –y esto es con lo que nos confronta este texto– ¿quiénes son nuestros más pequeños, los que estaban en medio de nosotros pero no los alimentamos?
En los últimos años, he llegado a pensar de manera muy diferente sobre la cuestión de quiénes son nuestros más pequeños. La respuesta parece sencilla, pero cómo podemos ser misericordiosos con estos más pequeños no lo es tanto.

Animales, insectos, plantas, hongos…

Los más pequeños son: toda la vida no-humana. Animales, insectos, plantas, hongos, musgos… Esta vida no está protegida, o apenas lo está, esta vida no tiene derechos y aun así consideramos toda la vida no-humana como algo que podemos explotar. Y eso es lo que ocurre.

Para ponerlo en perspectiva, una empresa –que al fin y al cabo es una abstracción, al menos no tiene corazón– goza de más protección jurídica y derechos que un chimpancé. Y no solo esta protección no está anclada en nuestro sistema legal, sino que además vemos a estos seres vivos como nuestros inferiores.

Según mi experiencia, es fácil reírse de esto. ¿Cómo se puede ser misericordioso con un chimpancé, y mucho menos con un trozo de liquen?

Podría decirse que es una pregunta irrisoria. Sin embargo, es una pregunta que debemos hacernos, si somos sinceros sobre el estado en que nos encontramos. Estamos en una ola de extinción, la sexta de esta tierra. Estamos destruyendo la creación a un ritmo sin precedentes.

Dejar a la selva en paz

¿Qué significa eso? En 60 años, el 70% de lo que quedaba de la naturaleza ha sido destruido, convertido en plantaciones para el consumo. Cada diez segundos desaparece un trozo de selva del tamaño de un campo de fútbol. En los últimos años he llegado a ver esto como un acto despiadado.

¿Cómo se puede ser misericordioso con una selva tropical? He hecho esta pregunta a varias personas. A una colega artista, boliviana. Dijo: “al darse cuenta de que Dios es la selva tropical”.
Le hice esta pregunta a un biólogo. “Muy sencillo, dijo, dejando la selva en paz. Ese es el genio de la naturaleza”, exclamó.

Las selvas tropicales hacen esto, para tanta vida. Alimentan, proporcionan sombra, vida, oxígeno. Y no tenemos que meternos en medio de eso. Pero es precisamente lo hacemos todo el tiempo. Cortando esos bosques.

Hace unos meses, entrevisté al escritor Richard Powers. Es un escritor estadounidense que lleva treinta años escribiendo libros. Me contó que un día se paró frente a un árbol, unasecuoya –un árbol muy viejo y grande– y quedó impactado. Que había escrito durante treinta años sin incluir la mayor parte de la vida en la tierra en sus historias.

Lo llamó el camino de Damasco y dijo: “Debemos encontrar el camino de vuelta a nuestros vecinos. Debemos ampliar nuestro círculo de empatía”.

El Talmud dice: no vemos las cosas como son, sino como somos. Y ahí está el quid de la misericordia. Si se da el caso de que solo vemos las cosas tal y como son, también significa que no podemos ver las cosas que no son como nosotros en absoluto, y mucho menos ser misericordiosos.

Poco a poco se va comprendiendo. En la ley, el ecocidio –la destrucción de la naturaleza– será punible a partir de ahora, en nuestra política, y eso comienza con una forma de ver las cosas. Y eso empieza aquí.

El hecho de que hayamos podido destruir tanto de la naturaleza solo es posible si ves la naturaleza como algo que está ahí para ti, que puedes explotar, igual que antes creíamos que había gente para que la explotáramos.

Debemos llegar a considerar la tala de los bosques tropicales como una injusticia. Como inmisericorde. Como una violación fundamental del derecho a la vida y a una vida privada no perturbada, dos derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero que no deberían estar reservados solo a los humanos.

Si se nos permite hablar aquí descaradamente de misericordia, creo que deberíamos hacernos la siguiente pregunta: ¿cómo somos misericordiosos con lo fundamentalmente incognoscible y no con lo que es como nosotros?

Proteger lo que no se entiende

¿Cómo se puede proteger algo que no se entiende? Siempre he pensado que es perfectamente lógico que la Iglesia cristiana, los partidos políticos cristianos, se preocupen por la conservación de la naturaleza. Siempre pensé: si la tierra nos fue dada por Dios, entonces hay que cuidarla.

Y ahí radica quizás un problema fundamental. Con la misericordia, estamos acostumbrados a ocuparnos de algo. Llevar agua a alguien que tiene sed en la cárcel. Ayudar a alguien que está solo. Pero ser misericordioso con lo que no entendemos, no conocemos, es mucho más difícil. Yo misma lucho con eso.

El hecho es que, por el momento, somos incapaces de proteger a nuestros hermanos más pequeños.

Y creo que la resistencia que se puede sentir ante la idea de tener que mostrar misericordia a un hongo es bastante similar a la resistencia que la gente solía sentir ante la idea de mostrar misericordia a las mujeres o a las personas esclavizadas.

Pero inténtalo. Se lo recomiendo a todo el mundo. Abre las puertas de tu cabeza y de tu corazón y plantea cuestiones fundamentales sobre cómo ser humano en una época en la que la gente parece incapaz de proteger tanto a su alrededor.

La lucha contra la injusticia nunca termina. Tal vez sea esa la razón por la que la gente dijo una vez en la iglesia que nos reunimos todos los domingos de cualquier manera.
Cuando hago una gira teatral, esta termina en algún momento, pero estas preguntas se hacen todos los domingos.

Yo no soy realmente una lega en la materia. Crecí en una familia que sí hablaba de misericordia, gracia y vida eterna.

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