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“Nosotros somos como ellos”

“Nosotros somos como ellos”

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Los católicos nos hemos comenzado a interesar por las migraciones movidos quizás más por motivos “pastorales” que por razones inherentes a la propia religión: asistir espiritual y materialmente a otros católicos que se iban a trabajar al extranjero en condiciones miserables. Y es así como la Iglesia católica descubre en las migraciones un fenómeno complejo y variado. Un terreno donde el contacto con migrantes de otras religiones es una ocasión privilegiada de diálogo fraterno.

El pasado mes de enero, días 18 y 19, tuvo lugar en el colegio de los “Bernardins” de París, un coloquio sobre “Los católicos y las migraciones”, organizado por el Centro de Información y de Estudios sobre las migraciones internacionales (CIEMI), fundado en París por los Scalabrinianos, por el Servicio Nacional de la Pastoral de Migrantes (Conferencia Episcopal Francesa) y por la diócesis de París.
El problema ha sido abordado desde varios ángulos y en torno a cuatro mesas redondas. En primer lugar, desde el punto de vista histórico y principalmente durante el período entre las dos guerras. Los trabajos llevados a cabo durante estos últimos años muestran una gran diversidad del mundo católico a este respecto, según el historiador y moderador de la primera mesa redonda, Yvan Gastaut (Universidad de Niza). La opinión de los católicos es muy variada sobre la cuestión de los migrantes, así como sobre los judíos o los roms, que no son necesariamente migrantes. Otros historiadores (Syvie Bernay, Antoine Arjakovsky y Ralph Schor), al comentarnos cómo el periódico “La Croix” había sido fundado bajo una lógica antisemita, incluso racista, insistieron sobre la sensibilidad de los católicos en este tema, bien con la tolerancia o bien con la exclusión.
En el período de la post-guerra se constata que las manifestaciones de apoyo de los católicos al mundo migrante eran mucho más numerosas que las tomas de posición, minoritarias dentro del seno de la Iglesia católica, a favor de la extrema derecha. Con relación a la inmigración magrebí y musulmana, las manifestaciones han sido predominantemente del mundo católico. Y más allá de la labor llevada a cabo por el abbé Pierre y por el P. Joseph Wresinski, encontramos muchas muestras de movilizaciones por parte de los católicos, sobre todo a través de las asociaciones. Y cuando aparece el problema de los “sin papeles”, a mitad de los años 1970, algunos curas les abren las puertas de sus iglesias. Aquí hay que mencionar la Marcha des Beurs, (“Beurs” es un neologismo político, que designa a los descendientes de los emigrantes de Africa del Norte instalados o nacidos en Francia) iniciada por un sacerdote católico y un pastor protestante (1983). Y cuando el FN (Front National), de Le Pen (extrema derecha) consigue su primer éxito electoral en 1983, los obispos franceses son los primeros en levantarse contra las tesis racistas de este nuevo partido.
A partir del Vaticano II, la reflexión entre teología y política en el terreno de las migraciones, hace que la Iglesia se redescubra a sí misma como una comunidad en camino hacia el Reino, una realidad migrante.
CRISTIANOS Y POLÍTICAS MIGRATORIAS
“Los cristianos de cara a las políticas migratorias” fue el título de la segunda mesa redonda. Étienne Pinte(UMP), antiguo diputado y alcalde de Versalles, comenzó contándonos una experiencia de infancia, en la que se vio acogido por los vascos españoles que huían del franquismo, experiencia que le marcó para toda su vida política. Esta “situación del extranjero” le ha llevado a oponerse a determinadas políticas migratorias dentro incluso de su propio partido: Hortefeux, Besson o Guéant… “No se puede separar a un hombre de su mujer, o a un padre de sus hijos”, dijo Pinte, quien se define “ante todo como cristiano”. La experiencia de Jaklin Pavilla, adjunta del Alcalde de Saint-Denis (miembro de la Asociación de los concejales comunistas y republicanos), católica practicante, originaria de las Antillas francesas, nos explicó cómo “la acogida del extranjero ha estado siempre en el corazón de su fe y de su acción”, siendo la hospitalidad para ella, una de las experiencia fuertes del ser cristiano. Sentía “una cierta timidez” a este respecto en “nuestra iglesia de Francia”… En la Iglesia, como en la sociedad, “tenemos miedo al comunitarismo”, pero cómo vivir la “comunión” sin un verdadero conocimiento del otro. Y el P. Jean-Marie Carrière, antiguo director del Servicio jesuita a los Refugiados (JRS) observó ciertas “discontinuidades” entre lo que dice la Iglesia y el comportamiento de una parte de sus fieles que rechazan e incluso ignoran lo que la Iglesia dice de los migrantes y especialmente de los “sin papeles”. Pero, también a la inversa: la coherencia de otros católicos entre aquello que creen y lo que hacen. Concluía esta mesa redonda con unas sentidas quejas de Vincent Geisser, sociólogo y presidente del CIEMI, por la ausencia en Francia –contrariamente a otros países vecinos– de un espacio de expresión para estos compromisos que nacen de la fe, que permitan a los políticos encontrarse con las autoridades religiosas fuera de las visitas oficiales al palacio del Elíseo. “No hay espacio –añadía– para poder construir un pensamiento entre los que deciden en política y los hombres y mujeres de Iglesia. La palabra de estos últimos es con frecuencia objeto de sospechas”.
Pero, ¿por qué la Iglesia tiene algo que decir sobre las migraciones?, se pregunta al inicio de su intervención (tercera mesa redonda), el cardenal Antonio Mª Veglio, presidente del Consejo pontificio para la emigración. Ante el fenómeno migratorio actual (más de 214 millones de migrantes a nivel internacional), la Iglesia, en virtud de su misión, se ve empujada a conducir a todos los hombres a la salvación que solo un encuentro con el Cristo vivo puede otorgar. En sus actividades a favor de los migrantes, la Iglesia “llama a la conversión, conduce hacia la comunión y constituye la vida de la solidaridad entre toda la humanidad”. Y esta misión es universal, sin límite, ni reserva, ni obstáculo.
En este mundo globalizado, la Iglesia tiene un papel fundamental: ser un sacramento de unidad y de comunión entre todas las naciones, culturas, religiones… En definitiva, el migrante no ha de ser mirado como un simple problema político, sino como “hermanos nuestros”. Y de aquí la responsabilidad que tiene la Iglesia con respecto al migrante, asegurando que la opinión pública esté bien informada sobre las causas que originan las migraciones y los factores que obligan a estas gentes a abandonar sus países, oponiéndose a todo tipo de racismo, discriminación o xenofobia, considerando a los migrantes como seres humanos con derecho a una consideración global de sus necesidades (económicas, sociales, culturales…) y, en fin, incluyendo a los migrantes en los procesos de tomas de decisiones que tengan que ver con sus vidas.
LAS DIFERENTES RELIGIONES
La cuarta mesa redonda (Fe y migraciones, el punto de vista de los creyentes) se fijaba en las diferentes religiones y creencias de Francia. En la mesa: el cardenal de París, un pastor protestante, un sacerdote ortodoxo, un imán, un historiador judío y una budista. Porque no estando ya hoy en situación de monopolio cultual y espiritual, la Iglesia católica de Francia se ve confrontada a una sociedad marcada por la secularización y el pluralismo religioso. Y esto se nota mucho más en el terreno de las migraciones, ya que los flujos europeos, donde los inmigrantes de tradición católica eran mayoritarios, han dejado su puesto a otros flujos provenientes del Sur, compuestos mayoritariamente de musulmanes o animistas. Además, la palabra de la Iglesia católica no es sino una más entre otras. Esto hace que el tema de las migraciones pueda ser de hecho un lugar de debate y de acción común entre los diferentes actores religiosos y la sociedad francesa.
Para terminar, una sencilla reflexión del cardenal de París, André Vingt-Trois. Pensando en voz alta, decía: “Nosotros, los franceses de toda la vida, resulta que «somos extranjeros para los migrantes». Y por otra parte muchos franceses, hijos de migrantes, se siguen sintiendo extranjeros en su casa. Si añadimos que consideramos nuestra cultura europea como superior a la de ellos y que ellos son menos civilizados que nosotros… Hemos de superar este hándicap, y, sin paternalismos, acoger al extranjero porque «nosotros somos como ellos». A fin de cuentas “vamos a recibir tanto como demos”.

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