La Europa paradójica
Por fin, 2013 dio la oportunidad a la Unión Europea de mostrar cierto músculo en política exterior y a Lady Ashton, su Alta representante en este ámbito, de reivindicarse ante la Comunidad Internacional. Todo ello gracias al acuerdo al que llegaron los Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia (con un especial protagonismo de ésta última) para no intervenir militarmente en Siria y de paso correr un tupido velo ante la masacre de cientos de civiles (la mayor parte mujeres y niños) bombardeados el pasado agosto con agentes químicos en los barrios insurgentes de la periferia de Damasco por obra y gracia del gobierno de Bachar El Assad.
Hoy Siria ya no es prioritaria en la agenda política internacional y tampoco lo es en las agencias internacionales de noticias. Ni siquiera como acontecimiento promotor de solidaridades navideñas en programas televisivos. Su lugar lo ocupa otra noticia que cumple a la perfección tres condiciones: ser mediáticamente impactante, ideológicamente neutra y concitadora de emotividades de respuesta rápida. La catástrofe de Filipinas, como otras en años anteriores, permitirá a la Unión Europea “sacar pecho” como principal agente institucional de ayuda humanitaria del mundo y de paso limpiar una imagen que resulta cada vez más antipática ante sus ciudadanos.
Y es que 2013 ha sido el año en que, según Eurostat, se ha tocado fondo en el sentimiento europeísta de los habitantes de la Unión. La desafección es grande respecto de las instituciones comunitarias (especialmente la Comisión y el BCE) y ello ocurre paradójicamente cuando Croacia se ha incorporado como miembro de pleno derecho y cuando los ucranianos reclaman pertenecer a la UE en la Plaza Maidan. A Turquía, sin embargo, se le sigue negando la entrada con razones poco verosímiles.
El año europeo de los ciudadanos fue también 2013, y esto no se sabe si es una paradoja o una broma pesada. Quizá haya que preguntárselo a los ciudadanos búlgaros y rumanos a los que hasta el 31 de diciembre se les sigue limitando el derecho a trabajar en buena parte de los países de la Unión, quizá a los ciudadanos griegos, portugueses, españoles o irlandeses a los que se ha sometido a unos severísimos recortes en sus derechos sociales (que es lo mismo decir que en sus derechos humanos), quizá a los subsaharianos a los que se desinfecta con mangueras en Lampedusa o a los heridos por las concertinas en Ceuta y Melilla
aunque estos últimos no son ciudadanos.
Todas estas situaciones contradictorias son reflejo de una gran paradoja que acompaña a la Unión Europea (antes Comunidad Económica Europea) desde el mismo momento de su fundación: ¿Poner el énfasis en los mercados dejando a los ciudadanos y a sus derechos en un segundo plano o apostar por construir una ciudadanía libre y con derechos (Europa se jacta de ser la cuna de la democracia y los derechos) dejando al mercado como un instrumento a su servicio? Hoy ganan los mercados y pierde Europa, gana la banca y pierden los ciudadanos. ¿Hasta cuándo?