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Soñar Europa

Lo más preocupante después de las elecciones europeas del pasado 25 de mayo no ha sido quién las ha ganado o quién las ha perdido con ser ello importante. Tampoco lo es quién será finalmente el nuevo presidente de la Comisión o los futuros comisarios que en los momentos de escribir este artículo se están barajando. Lo verdaderamente relevante es saber quién de los jefes de Estado y Gobierno de los países miembros, quién de los miembros del parlamento, quién de los nuevos comisarios cree en la Unión Europea más allá de ambiciones personales, de iluminaciones populistas o de cálculos a corto plazo.

Porque Europa bien vale un sueño, lo que es radicalmente distinto de pensar que se merece “dormir eternamente el sueño de los justos” como podrían desear algunos. Europa bien merece que se sueñe con ella como espacio de libertad y tolerancia, como espacio donde las vulneraciones de derechos no tengan lugar, como espacio de refugio, como referente de solidaridad.

La Comunidad Europea que fue la intuición de Schuman, Monnet, Madariaga o Spinelli, puede ser también la de Martín, Manuel, Benita, Catherine o Melina. La Europa que supo equilibrar el mercado con la protección social creando el Estado del Bienestar puede ser un lugar en el que no se permitan desahucios indiscriminados, despidos arbitrarios o privatizaciones en servicios públicos esenciales. La Europa que se reconstruyó tras la Segunda Guerra Mundial gracias al trabajo de millones de inmigrantes que terminaron encontrando en ella su hogar, no puede permitirse el lujo de maltratar al extranjero, de violar sus derechos o de poner barreras a su entrada. La Europa en la que soñaban millones de jóvenes de los años 60 y 70 del pasado siglo no puede ser la pesadilla de los jóvenes del año 2000, frustrados porque el único horizonte que se les ofrece sean “minijobs” o contratos de cero horas.

Soñar Europa es recordarla en el sentido más etimológico de la palabra (Re-cordar: volver a pasar por el corazón). Es recuperarla afectivamente, es sentir lo positivo que supone ser habitantes de un territorio en el que se gestó el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Francesa, el parlamentarismo, el liberalismo y los movimientos obreros, el lugar donde se puso coto al nazismo y sus atrocidades, el lugar donde nació la filosofía y la democracia. Donde se inventó la máquina de vapor, la cuna del Consejo de Europa, y la sede de tribunales como la Corte Internacional de la Haya o el Tribunal de DDHH de Estrasburgo. Soñar Europa es disfrutar de un espacio sin fronteras interiores, pagar con una moneda única y poder recibir atención diplomática en el extranjero por la embajada de un estado miembro cuando el tuyo no tiene representación diplomática. Soñar Europa es poder recibir formación en otro país a través del programa Erasmus. Todo eso y mucho más es Europa.

Europa está llamada a salir de la adolescencia política, le sobran recursos, razones e historia para ser un actor político en el ámbito internacional con voz propia y un referente en materia de derechos tanto hacia dentro como hacia fuera, pero también populismos de brocha gorda, líderes con miopía visionaria y ciudadanos adormecidos y temerosos

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