Un hombre bueno
Al menos, así lo hemos percibido los que le hemos conocido. Carlos Latorre, aragonés universal, cambia de puesto de trabajo. Deja Zürich, después de 13 años, pero va a seguir trabajando con los más necesitados en una parroquia de Vallecas (Madrid).
Los que conocemos a Carlos desde hace tiempo sabemos que es un misionero claretiano al servicio de los migrantes. Y eso es lo más importante. Él mismo, cuando se le han pedido unos datos biográficos para reseñar en Ventana Europea su despedida de la misión de Zürich, ha iniciado su relato de un forma muy escueta: “Por los años 70 fui destinado a Paraguay, a la Misión de Yhú, en el interior del país, donde estuve 14 años. De allí pasé a Lambaré en la periferia de Asunción, la capital del país. En Lambaré estuve 6 años. Y después fui destinado a Suiza. ¡Un cambio francamente notable!”.
Este relato personal refleja la imagen de Carlos. La que él tiene de sí mismo y la que nos ha trasmitido a quienes le conocemos: misionero y emigrante, dos rasgos de su identidad que hacen que perciba un cambio notable cuando pasa de vivir en Paraguay a vivir en Suiza. Como emigrante ha sufrido el desarraigo y las dificultades de quienes viven fuera de su entorno: “las primeras experiencias con los emigrantes las viví en carne propia con todas las peripecias que supone conseguir un carnet de residente. El Paraguay de aquella época bajo la dictadura del General Strössner no ahorraba ni colas ni papeleos a los misioneros que llegaban al país”. Y desde los primeros momentos de su ministerio se pone al servicio de los emigrantes. En Yhu acompañó a varias comunidades de colonos brasileños de origen alemán, italiano, polaco…, emigrantes en busca de mejores tierras en los inmensos bosques de Paraguay.
La llegada a Zürich supuso para Carlos un gran cambio tal y como él mismo ha relatado. De aprender guaraní, le tocó pasar a estudiar alemán. Le conocimos en ese tránsito, cuando apareció en el despacho del Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones con sus ‘deportivos’ para acudir a la cita que previamente había concertado. Iba a pedir información y materiales con el objetivo de ponerse al corriente de cómo se hacían las cosas antes de ir a la Misión. Ese Carlos concienzudo, serio en el trabajo y siempre fiel a la cita del compromiso adquirido es el que hemos podido disfrutar durante todos estos años de colaboración con Ventana Europea. El cambio, sin duda, fue grande pero él subraya que “gracias a Dios encontré mucha comprensión en los compañeros de Misión y poco a poco me fui haciendo a esta nueva realidad”.
TRECE AÑOS EN ZÜRICH
Su misión en Zürich ha durado trece años, y la Misión católica de lengua española de Zürich se ha impregnado durante este tiempo de la bondad de un misionero que no ha ahorrado dedicación a su quehacer. Eso sí de forma discreta, sin hacerse notar mucho. Porque Carlos es un hombre servicial que busca el cumplimiento de su deber sin buscar reconocimientos humanos. Durante diez años ha sido el Director de la Misión. Sin duda, las actividades desarrolladas durante estos trece años han sido muchas y variadas. Por destacar alguna, está la visita a los presos de habla española de la cárcel de investigación en la ciudad de Zürich todos los viernes del año. Quien conoce a Carlos sabe que no habrá faltado a su cita salvo por razones de fuerza mayor. Allí ha conocido y conectado con el mundo penitenciario. Cuenta que se quedó perplejo cuando un funcionario, sin duda llevado por su celo profesional, le dijo que al sentarse en la mesa en la que habitualmente hablaba con los presos al fondo de la habitación se sentase “al lado de la puerta y cerca de los dispositivos de alarma por si algún preso quisiera atacarle”. La perplejidad de Carlos aún se nota cuando recuerda el hecho y añade que nunca tuvo ningún problema con los presos. La única espina es “algún rechazo a conversar conmigo, como cuando me pidieron que hablara con un joven de 22 años que se pasaba el día durmiendo en la celda y no queriendo hablar con nadie. Acepté la entrevista y cuando apareció le expliqué quién era. Entonces se dio media vuelta y me dijo: «no me interesa la entrevista, yo no soy religioso»”.
Nosotros nos hemos beneficiado durante todo este periodo del apoyo de Carlos a la revista Ventana Europea. La ha defendido en Suiza y ha colaborado con el equipo europeo que la elabora. Ha sido uno de los fieles asistentes a las reuniones de la redacción de la revista durante los diez últimos años. Una vez más, Carlos saca su optimismo existencial y nos hace ver que el impagable servicio que él nos ha prestado no tiene mucha importancia para él si se compara con lo que él ha recibido: “escribir informaciones sobre los problemas de los emigrantes en Suiza me ha dado la oportunidad de estar al día en los problemas y desafíos enormes que viven los emigrantes en Europa. He descubierto la ayuda inestimable que la Iglesia les ofrece, porque es como una casa abierta para ellos en Zürich, París, Amsterdam, Berlín… y muchas otras ciudades europeas”.
A punto de cumplir 69 años Carlos ha regresado a Madrid. Su despedida de Zürich se podría resumir en esta frase: “Me he sentido muy feliz estos años de poder apoyar las actividades de esta Misión de Zürich y brindar mi experiencia de trabajo con los emigrantes de Hispanoamérica, dada la gran variedad de naciones que integran la Misión católica de lengua española”.
Ahora Carlos va a trabajar en una parroquia en Vallecas (Madrid). Estamos seguros que los emigrantes del barrio le van a conocer muy pronto. Y también que tendremos noticias puntuales de ello en nuestra revista. Por eso, en Ventana Europea no le decimos adiós. Le despedimos de Zürich y le damos la bienvenida y le deseamos la misma felicidad en Vallecas.
Barrioeuropa
De centros, periferias y otros asuntos
En plenos ataques especulativos de los mercados a la deuda pública de algunos Estados de la Unión, como España o Italia, nos enteramos que estos países son ahora países periféricos, Bélgica es un país semiperiférico, Portugal , Irlanda y Grecia son “ultraperiféricos” mientras que Alemania, Francia, Holanda,Luxemburgo, los Países Escandinavos y el Reino Unido son “centrales”. Este hecho supone un duro golpe para la autoestima nacional de unos Estados que se creían cómodamente instalados en una cierta seguridad financiera hasta hace tan solo tres o cuatro años y a los que el Fondo Monetario Internacional, las agencias de “rating” y los especuladores financieros están exhibiendo como ejemplo de mala gestión de las finanzas públicas.
¿Qué es necesario hacer para dejar de ser periférico? Paradójicamente, lanzar a las periferias de las sociedades, a sus márgenes, a millones de personas. Privatizar lo que es de todos, desmantelar los sistemas de protección pública, conceder más impunidad a la banca, dejar más libre el capital. Estas fueron las recetas que en mayo de 2010 se impusieron a Grecia a cambio de “rescatarla” y las mismas que se han sugerido para Portugal o Irlanda. Los gobiernos concernidos aplican estas soluciones “quirúrgicas” sin titubear, con el respaldo de unos Parlamentos que han traicionado en buena medida a los ciudadanos que los votaron y que ahora se revuelven indignados ante medidas que les dejan cada vez más desprotegidos. En el momento de escribir este artículo se discute cómo rescatar nuevamente a Grecia porque los ajustes exigidos no han funcionado.
Sin embargo, existen ciertos ámbitos en los que todos los países de la Unión Europea siguen —y seguirán siendo— “centro”. Un ejemplo se encuentra en la Política Agrícola y Pesquera Común Europea que tanto daño está haciendo a los productores de materias primas de los países empobrecidos. Otro buen ejemplo es la política de Cooperación Internacional Europea y no podemos olvidar la Política Europea Común de Inmigración con sus dispositivos preventivos y defensivos orientados a permitir la entrada de aquellos inmigrantes que los mercados necesiten y ni uno más. Lo paradójico es que todas estas políticas gozan de muy buena prensa entre los ciudadanos de la Unión tal, como destaca EUROSTAT.
En todo este convulso y contradictorio escenario emergen con fuerza discursos de extrema derecha, sabiéndose cómodos entre el miedo y la inseguridad de la población, reivindicando la vuelta a la tradición, a la identidad, a lo que cultural y religiosamente define (supuestamente) a los pueblos y las naciones: en Francia, en Holanda, en Inglaterra, en Italia, en Suecia, en Dinamarca, los partidos con discursos abiertamente xenófobos y esencialistas ganan adeptos mientras los partidos tradicionales, tanto de derecha como de izquierda endurecen sus discursos para no perder votantes. Sin embargo, al mismo tiempo surgen importantes señales esperanzadoras por parte de muchas personas y de numerosas organizaciones que no se resignan a vivir en una Europa del miedo y de la insolidaridad y que están tomando postura ante políticas que están cercenando su condición de ciudadanos y ciudadanas. Una condicion que costó muchas luchas el conseguir.
Emilio José Gómez Ciriano