Un Nobel de la Paz muy controvertido
El pasado 12 de octubre el Representante del Comité Noruego de los premio Nobel, Thorbjorn Jadland, anunciaba que el Premio Nobel de la Paz del año 2012 recaería en la Unión Europea por su contribución, a lo largo de más de sesenta años al avance de la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa. Como principales puntos de su argumentario el Comité señalaba la reconciliación definitiva de dos tradicionales enemigos históricos (Francia y Alemania) lograda en base a importantes esfuerzos mutuos dirigidos a asentar la confianza entre las naciones. En el comunicado también se hacía referencia al importante factor estabilizador que la Unión Europea (por aquel entonces Comunidad Económica Europea) llegó a desempeñar en el asentamiento de la democracia en Grecia, Portugal o España en los años previos a su entrada y el que actualmente estaba jugando en los procesos de incorporación de futuros estados miembros (países de la ex Yugoslavia y Turquía).
La noticia cayó estupendamente en Bruselas. Tanto Durao Barroso (presidente de la Comisión) como Van Rompuy (presidente del Consejo) se mostraron encantados por el anuncio y en sus declaraciones enfatizaron el papel de la Unión Europea como principal proveedor mundial de ayuda humanitaria llegando a afirmar, en un alarde de autocomplacencia sin precedentes, que la Unión era la mayor institución del mundo jamás creada para la salvaguarda de la paz mundial.
No fue precisamente entusiasmo, sin embargo, el sentimiento que despertó la noticia en Desmond Tutú, Alfredo Pérez Esquivel o Mairead McGuire. Tres Premios Nobel de la Paz, que en una carta conjunta, suscrita también por organizaciones tan prestigiosas como el International Peace Bureau o el Movimiento por la Abolición de la Guerra, denunciaron que el Premio Nobel de la Paz de 2012 no debía ser entregado por ilegal, dado que la Unión Europea no apuesta por un orden mundial desmilitarizado (que era el sueño de Alfred Nobel) y sus estados miembros se involucran en guerras en lugar de buscar vías alternativas a la misma.
No cabe duda que decisiones como la del Comité Noruego siembran la duda sobre un premio tan importante y prestigiado. No es la primera vez que sucede. La Concesión del Nóbel de la paz a Henry Kissinger en 1973, a la Agencia Internacional de la energía atómica en 2005 o a Barack Obama en 2009 levantaron ampollas entre los actores de la sociedad civil más concienciados y el caso que nos ocupa no es una excepción.
Es necesario recordar que la Unión Europea nació como Comunidad Económica y que éste es un componente esencial a la hora de entender su idiosincrasia y su papel en el ámbito internacional. Los avances en materia de derechos sociales han sido proverbialmente costosos y mucho más lentos que los producidos a nivel económico y financiero. La creación de la Unión Económica y Monetaria, la adopción del euro y del Banco Central Europeo han acabado con la soberanía económica de los estados de la zona euro y han legitimado políticas neoliberales vulneradoras de derechos sociales y generadoras de injusticia, y como es bien sabido, la paz solo es verdadera si se asienta en la justicia.
En el ámbito internacional, la creación de la figura del alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y política de seguridad, no ha cumplido las expectativas de que por fin Europa tuviera una voz única y potente en cuestiones internacionales, una voz que representara los valores europeos de libertad y derechos humanos. Todo lo contrario. La ambigüedad calculada de la Unión Europea en cuestiones como la situación en Palestina y los territorios ocupados, la primavera árabe o, en su momento, el proceso de paz en los Balcanes, dicen bien poco a favor de su compromiso por la Paz
Finalmente y en el ámbito de las políticas migratorias, iniciativas como el modelo de integración activa cívica, las políticas de extraterritorialización y control fronterizo o las nuevas modalidades de contrato de trabajo son una “tarjeta de visita” poco presentable de una entidad que se dice adalid de la tolerancia y los derechos humanos.
Los argumentos anteriores justificarían sobradamente la no concesión del Nobel de la Paz a la Unión Europea. Llama la atención el hecho de que no se hubiera pensado en otro organismo europeo que tiene un historial mucho más presentable como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o el mismo Consejo de Europa.