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Cuando el sentido común es la sorpresa

El asesinato del soldado Lee Rigby en las calles del distrito de Woolwich el pasado día 23 de mayo por parte de dos jóvenes londinenses ha suscitado numerosas reacciones. Quizá la más inmediata ha sido la forma en que han sido destacadas su ascendencia nigeriana y su religión islámica dejando de lado el hecho de que ambos fueran de nacionalidad británica y hubieran crecido en familias normalizadas y católicas antes de tomar contacto −ya en la adolescencia− con grupos extremistas islámicos. Esta parcialidad a la hora de presentar los autores de tan terrible hecho no es inocente. Tampoco lo es el dato de que hasta la fecha ningún líder se haya preguntado públicamente qué es lo que ha fallado en la sociedad, en las políticas, en los medios de comunicación para que estos muchachos caigan en manos de tan siniestras redes y acaben cometiendo semejantes actos.
Reacciones de otro tipo fueron más “sonadas”. Así, nada más tener conocimiento del suceso, el primer ministro británico David Cameron, suspendió un viaje oficial a Francia, convocó el “Cobra” −su gabinete para emergencias terroristas− y realizó declaraciones en los medios de comunicación en una estrategia que algunos analistas han calificado de exagerada. Por su parte, ilustres miembros del partido laborista (entre ellos el ex ministro Jack Straw) abogaban por poner en marcha la ley de datos de comunicación (conocida como “Snoopers Charter”) que permitiera un mayor control de las comunicaciones informáticas con el argumento de que el crimen se podía haber prevenido de haber existido una herramienta legislativa “ad hoc”. Esta propuesta fue tachada de oportunista por importantes grupos de presión y asociaciones cívicas al considerar que se estaba aprovechando un suceso luctuoso para imponer todavía una mayor vigilancia sobre la ciudadanía en un país que tiene el dudoso honor de ser el más vigilado del mundo.
La ocasión tampoco podía ser desaprovechada por partidos y asociaciones de extrema derecha como el BNP (British National Party) o la EDL (English Defense league) que convocaron manifestaciones en las principales ciudades de Inglaterra y concentraciones frente a las mezquitas. Ninguna de estas convocatorias fue seguida de forma masiva, y en las que hubo algún tipo de seguimiento, se produjo una fuerte respuesta desde la comunidad que se posicionó frente a los discursos racistas. Esta oposición se hizo también patente en la red, a través de la plataforma virtual ”Hope Not Hate” que, logró que que su manifiesto titulado “We are the many” (somos los más) a favor de la convivencia y contra el racismo fuera firmado por más de cuarenta mil personas en unas pocas horas.
Las anteriores reacciones, todas con un importante componente mediático, no fueron las únicas que se produjeron. También hubo otras, cargadas de sentido común, como la de la familia del asesinado, que en un comunicado afirmó que Lee Rigby tenía amigos de distintas culturas y que de ninguna manera quería que se instrumentalizase su muerte como excusa para la violencia. También las hubo cargadas de creatividad como la de los feligreses de la mezquita de York que ofrecieron diálogo a los manifestantes de la EDL que vociferaban a las puertas de la misma logrando que la tensión se diluyera en torno a té, pastas y un partido de fútbol, en lo que constituye todo un ejemplo de cómo los conflictos se pueden gestionar partiendo de los propios recursos de la comunidad y sorprendiendo al otro.

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