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Ética y estética en el decir y en el estar

El pasado 25 de mayo de 2012 se publicaba en el periódico británico “The Guardian” una entrevista –definida  como “no oficial” por el rotativo– realizada a la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde. En ella, la entrevistada declaraba que no tenía intención de suavizar la presión que los ciudadanos griegos estaban sufriendo como consecuencia de las medidas de ajuste del Fondo Monetario Internacional. “Es tiempo de pagar, declaraba, que no esperen ningún tipo de simpatía por nuestra parte”. Para dar más énfasis a su discurso afirmó: “Los padres griegos serán responsables de los efectos de la crisis sobre sus hijos si no pagan sus impuestos”.
La cuestión era, por tanto, pagar impuestos. Parece ser que los griegos, intervenido su gobierno desde mayo de 2010 y con unas durísimas políticas de ajuste a sus espaldas, no estaban pagando lo suficiente. Por eso, al ser preguntada la señora Lagarde sobre la escasez en Grecia de matronas en los centros sanitarios o acerca de la realidad de los enfermos terminales que no estaban pudiendo recibir los medicamentos que necesitaban debido a los recortes, la entrevistada no dudaba en afirmar que lo que a ella realmente le preocupaba era la situación de los niños pobres de Níger, que tenían que asistir a la escuela en unas condiciones inhumanas.
No transcurrió mucho tiempo antes de que se publicaran en el mismo diario dos informaciones. En la primera de ellas, fechada el 28 de mayo, se explicaba con detalle cómo las políticas de ajuste estructural del FMI desde los años 80 del siglo pasado habían provocado la situación de extrema pobreza en la que vive actualmente la mayor parte de la población de Níger, incluídos esos niños que tanta lástima daban a la Directora-Gerente.
En la segunda noticia, del 29 de mayo, se revelaba el salario que cobraba la señora Lagarde:  467.490 dólares a los que habría que añadir otros 83.760 en concepto de dietas. Todo ello libre de  impuestos por razón del cargo y con derecho a una subida anual cada primero de julio durante los cinco años que durara su mandato.
¿Ignorancia, frivolidad, desprecio o todo ello al mismo tiempo? Sea cual sea la respuesta que se quiera dar a estas maneras de vivir y posicionarse ante la realidad resultan ciertamente preocupantes por la sensación de desasosiego y desconfianza que vierten en los ciudadanos. Máxime cuando algunos de quienes “mueven los hilos” de la política y la economía mundiales son “cazados” en sus propias contradicciones o excesos.
Podrá argumentarse que los ejemplos que han salido a la luz son especialmente mediáticos y  que no resultaría justo estigmatizar a toda una clase política y económica por las actitudes de algunos de sus representantes. Siendo ello cierto, no debe olvidarse que los casos que han aflorado son demasiado relevantes para no ser tenidos en cuenta y están  contribuyendo de una manera bastante definitiva a socavar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y líderes con el riesgo que ello conlleva.
Hoy más que nunca es exigible a nuestras autoridades políticas, económicas y religiosas un ejercicio de honestidad con la realidad y de profundo respeto hacia los damnificados por el reverso más duro de la misma. Ética y estética no son dos valores separados. Son  uno y lo mismo. Ya lo decía Wittgenstein y es necesario repetirlo alto y claro.

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