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“La madre” o “Madre Coraje”

“La madre” o “Madre Coraje”

hdh1_90-300x188-4271654Todo el mundo en la asociación Hispano belga de Bruselas la llama así: “la madre”, por respeto a su edad y porque, su bondad y su sonrisa respiran el instinto maternal. También podríamos llamarla “madre coraje. Su nombre es Rosario (Charo) Rubiera Rodríguez y nació en Oviedo el 1 de noviembre de 1921 en una familia de 10 hermanos. Siendo ella la segunda y la mayor de las chicas, la tocó, desde muy temprana edad, hacer de “madre” para sus hermanos.

Su padre era ferroviario y de izquierdas, por eso le despidieron cuando llegó Franco. Después pudo colocarse en una fábrica de harinas y consiguió que Charo empezara a trabajar cosiendo sacos en la misma fábrica, pues un solo sueldo no daba para tantas bocas.
Más tarde trabajó como asistenta en casa del director de la misma fábrica pero al terminar sus horas en la casa del director, se iba a la fábrica de harinas para completar su jornada.
Su futuro marido trabajaba en una fábrica de somieres y era vecino del barrio. Se casaron cuando ella tenía 26 años y, después de vivir unos años en una habitación “con derecho a cocina” y luego en casa de sus suegros, obtuvieron una vivienda subvencionada, lo que en plena crisis de viviendas era todo un lujo. Pero el lujo no duró mucho tiempo: el marido, a quien habían encargado de organizar la construcción, la compra y venta de dichas viviendas, tuvo ciertas “indelicadezas” a la hora de facturar los materiales y tuvieron que vender la casa para pagar el agujero que había en las cuentas y se fueron a La Felguera.
Enseguida se dió cuenta que su marido era “un hombre de mujeres”: ausencias repetidas, “trabajos” durante el fin de semana, etc. Esto se concretó cuando tuvieron que ingresar a Charo en el hospital de Oviedo por un problema de desprendimiento de retina y él se fue a Bayona con la mujer de su mejor amigo. Estuvo ocho meses ingresada y tuvo que meter a las niñas internas en un colegio. “Separarme de mis niñas queridas fue muy duro pero no tuve otra opción”. Estando ingresada en el hospital, consiguió un trabajo de auxiliar en la misma planta y así pudo tener un contrato fijo y estable como empleada de la Diputación.
El marido dejó a su amante de Bayona y se marchó a Bélgica. Desde Bélgica, escribió a Charo para que fuera con las niñas. Pensando que las cosas se arreglarían, vendió los muebles para pagar los pasajes y emprendió el viaje con sus dos hijas y con la suegra. Charo tenía 40 años y las niñas 7 y 12 años. “Hice una tonteria, pues en ese momento yo tenía un buen trabajo en el hospital pero yo le quería y además era bueno con las niñas”.
El marido no fue a buscarlas ni a París, donde hicieron transbordo, ni a Bruselas. Fue el hermano de él quien se ocupó de ellas. El marido ya vivía con otra. Al cabo de tres días y cediendo a la insistencia de su hermano y de su madre, se fue a vivir con ellas. En esta ocasión, su estancia duró 15 dias: un 11 de noviembre dijo: “me voy a trabajar” y no volvió.
Sola con las niñas, sin conocer el idioma, sin trabajo y sin dinero, Charo decidió que esta vez ya era demasiado: “Y yo me dije: de este arbol no hareís leña”. Se puso a trabajar en un restaurante español pero como después de un año no quisieron declararla lo dejó.
“Pasamos mucha hambre. Recuerdo que un día que fuimos a saludar a mi suegra, les dije a las niñas: si la abuela os pregunta si habeis cenado, decís que sí. Y efectivamente, la abuela les preguntó si habían comido; la mayor contestó que sí pero la pequeña dijo: no, no es verdad, no hemos comido y yo tengo hambre”. Mi suegra nos dió algo de comida y pude hacer un cocido al día siguiente. Volver a España me daba apuro y me dije: aquí lucharé hasta que Dios quiera”.
Gracias a unos vecinos belgas, obtuvo trabajo en una fábrica de conservas y más tarde en un hotel, donde estuvo durante 20 años, hasta que se jubiló. Después del trabajo del hotel se iba a limpiar a un banco y volvía a casa a las 10 de la noche. “Fueron los belgas los que me ayudaron, muchos españoles me volvieron la cara”. Cuando llegó el divorcio en España, él preparó todos los papeles y se casó.
“Todo lo que he trabajado no me pesa pues he conseguido sacar adelante a mis dos hijas, que no tuvieron que dejar la escuela para ponerse a trabajar, como yo lo hice. Ellas me lo han pagado dándome mucho cariño, 4 nietos y 3 biznietos”.

De la Misión de Colonia-Bonn (Alemania)

Concedida la cruz Pro Ecclesia et Pontifice a dos españoles

hdh3_90-9535846hdh2_90-2997534La máxima conderación del Papa a un laico, la Cruz Ecclesia et Pontifice, ha sido concedida a Arancha Jiménez Moreno (Colonia) y Jesús Paz Fraga (Bonn), de la Misión de Lengua Española de Colonia y Bonn. En los días pasados recibieron una carta-sorpresa en la que se les comunicaba la concesión por parte del papa Benedicto XVI de la máxima condecoración que puede recibir un laico en la Iglesia Católica. Los Consejos Pastorales de ambas ciudades quisieron que la dedicación de estas dos personas a la Misión durante muchos años y en muchos frentes importantes de la misma, tuviera un reconocimiento por parte de la Iglesia y solicitaron al Papa que les concediera esta importante distinción.
No hay duda de que esta condecoración es un honor para Arancha y Jesús, un honor bien merecido a juicio de quienes conocen bien su extensa labor en la comunidad, pero también es un honor para la Misión, que ha sabido encontrar los espacios adecuados donde estas personas han podido desarrollar sus cualidades y su compromiso de servicio voluntario a la comunidad. “Ambos tienen más que merecida esta distinción por parte del Papa y me parece bien que les hayan concedido una condecoración que realmente nunca han esperado y seguramente tampoco deseado” comentaba una persona tras anunciarlo el domingo pasado en la misa.
Arancha, andaluza de Pizarra (Málaga), recibió la medalla el 8 de julio y Jesús, gallego de Niveiro (A Coruña), el día 1. También recibieron el diploma que les acredita como destinatarios de esta importante y significativa condecoración papal.
Juan María García Latorre. Bonn

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